«El Entierro de Cristo» de Caravaggio
Esta obra es un lienzo realizado sobre tabla en 1603, encargado por Francesco Vittrici para la capilla de la Iglesia de Santa María de Vallicela en Roma, que actualmente se encuentra en el Museo Vaticano.
El centro de este gran lienzo lo ocupa el cuerpo desnudo de Cristo muerto, que en un plano horizontal divide el lienzo en dos tramos. El Mesías muerto, se presenta totalmente humanizado y, es a la vez la fuente de luz del mismo, como si toda su carne fuese un foco permanente, acompañado también por la luminosidad de la tela blanca que lo sostiene. El realismo del cuerpo es total, destacando el verismo de la carne blanda, del brazo caído en total abandono, la llaga del costado bastante cerrada y que ya no sangra, las huellas de los clavos de los pies y manos poco marcadas. El cuerpo del Redentor no está lacerado y no aparece por ninguna parte ninguno de los elementos o símbolos de la Pasión.
Caravaggio, con su estilo único, logra transmitir una sensación de pesadez y de gravedad en la representación del cuerpo muerto de Cristo. Se puede percibir el peso del cuerpo, la tensión en los músculos de los hombres que lo sostienen, y la tristeza y el dolor en las expresiones de los personajes. Este realismo crudo y sin adornos es una de las características distintivas del estilo de Caravaggio, que se aleja de las representaciones idealizadas y estilizadas de la época renacentista.
El pintor refleja su maestría en el perfecto estudio de la anatomía humana a través de este desnudo, en el que músculos y venas se muestran a través de la piel. Realmente sólo el título del cuadro identifica al personaje con Cristo, ya que nos muestra en toda su cruda realidad un cuerpo muerto, sin ningún signo de divinidad.
El autor imagina el sepulcro en primer lugar y al espectador situado más abajo, casi en la fosa abierta, para que así éste contemple la escena desde la oscuridad de la que el Salvador nos viene a liberar. De todas maneras el punto de vista bajo es frecuente en las obras del pintor, aumentando así la potencia de los escorzos y monumentalizando de paso las figuras.
En toda la composición abundan los escorzos violentos y soberbios, desde los de las tres manos de las mujeres hasta el del propio cuerpo de Cristo. Los personajes que sujetan el cuerpo del Señor no son nada distinguidos, sino personas populares, comunes, sin nada especial que las distinga. Por ello algunos destacados personajes de la curia romana protestaron por ello, diciendo que las figuras de rústicos apóstoles parecían más bien bárbaros enterrando a su jefe muerto en combate.
Comparándolo con el Santo Entierro de Rafael, se observa el cambio evolutivo realizado por Caravaggio en muy poco tiempo. El del maestro renacentista está concebido como una especie de desfile de formas bellas, mientras que el del pintor tenebrista llega incluso a pintar la deformidad de los pies de uno de los Apóstoles.
Se trata de una obra plenamente tenebrista, en la que se prescinde del marco arquitectónico o paisajístico, siendo el fondo un lugar neutro, oscuro sobre el que se recortan las figuras de la escena, que es el único foco de interés del pintor.
La influencia de Caravaggio es enorme en la pintura posterior, ya que casi todos los grandes maestros barrocos bien fueron durante toda su vida, o al menos tuvieron una etapa tenebrista. Es el caso de Zurbarán, Ribera, Velázquez en España y Rubens y Rembrandt en Los Países Bajos, etc. De hecho pintores como Rubens, Fragonard, Géricault o Cézanne realizaron copias de esta obra del “Entierro de Cristo”.
Además, la influencia de Caravaggio no se limitó solo a los pintores de su época. Su estilo y técnicas se han estudiado y admirado hasta la actualidad. Su uso audaz de la luz y la sombra, su realismo crudo y su habilidad para capturar la emoción humana han dejado una huella indeleble en la historia del arte. Su «Entierro de Cristo» es un testimonio de su genio y su legado, una obra que sigue inspirando y desafiando a los artistas y espectadores por igual.