El hombre de la pipa de Cezanne
Cuando Paul Cezanne se estableció en la Provenza, más concretamente en Aix-en-Provence, tuvo dos tipos de modelos. Por un lado, ciertos paisajes concretos que pintó una y otra vez como la célebre montaña de Sainte Victoire. Y por otro usó a las gentes de su entorno rural para que posaran para él. Un buen ejemplo es el personaje que aparece en esta tela realizada entre los años 1890 y 1892.
El modelo es un jardinero que trabajaba en la casa familiar y que a cambio de un poco de dinero o simplemente por amistad, posó en varias ocasiones para el pintor, como podemos comprobar también en su cuadro Los jugadores de cartas.
Y es que a Cezanne no le interesaba tanto representar la persona en concreto y plasmar sus rasgos individuales e identificativos, lo que quiere es utilizarlo para crear un personaje, un tipo al que reconocemos, en este caso sencillamente El hombre de la pipa.
El personaje nos observa a nosotros, está fumando, con su ropa humilde y nos lanza una mirada cansada. Pero al pintor no le interesa demasiado explorar en su personalidad, lo usa como un personaje y de paso le sirve para sus experimentos sobre las formas y el color. Y sobre todo el volumen, algo que la generación anterior de pintores impresionistas había pasado a un segundo plano. Ellos solo buscaban la impresión, los efectos visuales, mientras que Cézanne en su vertiente postimpresionista reclamaba la importancia del cerebro, el cual permitía poner en orden a esas impresiones visuales.
Con ese análisis es como lograr darle a la figura un aire de monumentalidad. Vemos a un personaje sereno y muy sólido. De pose estática y hasta inexpresivo, además de aislarlo de su cotidianeidad, ya que no hay entorno con el que identificarlo. Tampoco trata de convertirlo en alguien simpático, ni enaltecer su ruralidad, ni presentarlo como símbolo de nada, sencillamente está creando una imagen y jugando con la sensación de volumen en las dos dimensiones del lienzo.
Y para ello usa escasos recursos. Muy pocos colores, y casi todo ellos oscuros para contrastar con el blanco de la camisa y de la pipa. Eso sí, aunque sean pocos colores, los usa con un aplicación sumamente meditada, a los que añade pinceladas muy fluidas y más rápidas que le dan viveza a la imagen. Se trata de un retrato que no pretende ser un retrato. Y curiosamente pintó varias obras semejantes, que simplemente nos muestran a un hombre anónimo fumando una pipa en un primer plano total y absoluto.