«El Juicio Final» de Miguel Angel
En el año 1535, veinticinco años más tarde de que Miguel Ángel pintase la bóveda de la Capilla Sixtina, otro Papa, Paulo III (de la familia Farnesio) le encargó la decoración de la pared posterior de la iglesia, en la cabecera de la capilla. Esta obra va a suponer la culminación del estilo pictórico del genial artista, quien tardó en realizarla cinco años.
No utiliza los artificios de la división espacial de la bóveda, aunque hay cuatro bandas horizontales perfectamente diferenciadas debajo de los lunetos superiores que configuran el muro. Las escenas no quedan individualizadas por falsas arquitecturas que organizan el espacio, sino que toda la interpretación que Miguel Ángel realiza del “Juicio Final” se muestra en una sola representación indivisible.
En la mitad superior de la pared se encuentra el mundo celeste, con una figura central que atrae nuestra atención, es un Cristo heliocéntrico que gira sobre sí mismo en una línea compositiva helicoidal (la toman los manieristas, es la línea serpentinata), que tiene a su madre, María a su lado sentada, enroscada sobre sí misma. Es un Cristo Juez, presentado totalmente desnudo, con un brazo en alto, rodeado por una serie de gigantescas figuras que parecen aterrorizadas en su presencia, de manera que incluso María parece recogerse con cierto temor. Como reflejo de la perfección divina escoge representar la belleza del cuerpo humano desnudo, ya que como neoplatónico que es, concibe la absoluta pureza como representación de la desnudez. Claro que, más tarde la Curia romana encarga a Daniel Volterra cubrir los desnudos (motivo por el que era conocido como “Il Braghetone”). Alrededor de Cristo, formando una primera corona se sitúan santos, patriarcas, profetas,…y más abajo confesores, mártires, vírgenes. A los pies del Salvador, aparecen dos mártires en una posición principal, son San Lorenzo y San Bartolomé (que aparece mostrando su pellejo, donde según se dice el rostro que representa en él, es el autorretrato del artista), a los que estaban dedicadas las capillas de la Asunción y la Sixtina. En la parte superior, en los dos lunetos, observamos grupos de ángeles que llevan instrumentos de la Pasión.
En la mitad inferior de la pared vemos a los ya juzgados que, o bien suben al cielo por la izquierda o son arrastrados al infierno por la derecha. En el centro unos ángeles despiertan a los muertos de sus tumbas. En la zona inferior izquierda está simbolizada la “Resurrección de los Muertos” y en la derecha el traslado de los condenados ante el juez infernal “Minos” en la barca de Caronte, fusionando así el mundo cristiano con el de la mitología clásica. En el centro, una caverna que puede ser la boca del infierno (o la entrada al limbo), hace que se pueda relacionar la obra con el mito de la caverna de Platón, dado el neoplatonismo que caracterizó el pensamiento de Miguel Ángel.
En esta obra observamos una fuerza ascendente arrolladora en los elegidos que van hacia la Gloria, y una caída al abismo de los que se condenan, plasmada con una grandiosidad sin par gracias a los potentes escorzos. Las figuras están realizadas en una escala grandiosa, no solo el Pantocrátor, sino el Bautista, San Pedro, San Pablo, San Bartolomé, etc. En su conjunto resulta una conmoción anteclásica, por sus atrevidísimos escorzos, la vorágine de cuerpos en vuelo, por semejar una especie de tapiz plano, sin buscar la captación de la tercera dimensión, tan solo la utilización del fondo azul que, como color frío que es hace que las figuras tiendan a alejarse. Todo este conjunto de elementos, los atrevidos escorzos, el movimiento enroscado, la deformación del canon, el abigarramiento de las figuras, y la gama cromática metalizada, van a ser los principales elementos que adopten los pintores que continúan trabajando el la segunda mitad del siglo XVI, los manieristas.