Frescos de Apolo del Domenichino
En la National Gallery de Londres cuelgan una serie de lienzos que en realidad son frescos pintados por el artista italiano Domenico Zampieri entre los años 1611 y 1618. Un artista más conocido como Il Domenichino y que realizó muchos encargos de pinturas murales, tanto para estancias palaciegas como para iglesias, tal es el caso de los frescos de la iglesia de San Andrea della Valle.
De hecho, Il Domenichino, apodo debido a su corta estatura, tuvo mucho trabajo a lo largo de su vida (1581 – 1641), en gran parte debido a que fue uno de los principales discípulos de Anibale Carracci, el gran autor de obras como el Camerino Farnesio. Ambos eran originarios de Bolonia, y tras la muerte de Anibale, de alguna forma Domenichino heredó sus encargos y prestigio, realizando numerosas obras en Roma y recibiendo en su taller a muchos futuros artistas, entre ellos el francés de Nicolás Poussin, que viajó a Italia a completar su formación y pintar obras como La danza del tiempo.
Ya hemos dicho que Il Domenichino fue un experto pintor de frescos, una técnica muy complicada ya que los pigmentos se aplican sobre las superficies de yeso aún tiernas, frescas, de manera que pintura y yeso se acaban uniendo químicamente y formando un único elemento. Por esa razón, y también por su propia naturaleza, la gran mayoría de sus murales se conservan donde el artista los pintó, bien fueran iglesias romanas o napolitanas.
Sin embargo, en el siglo XVIII se descubrió el modo de despegar estas pinturas de la pared y trasladarlas a otras superficies. Un proceso lento, costoso y peligroso que lógicamente solo tiene sentido para salvar pinturas en edificios que amenazan ruina o tienen serios problemas de mantenimiento.
Y este era el caso de estas obras que originalmente decoraban la Estancia de Apolo en un pabellón levantado en el año 1615 en la Villa Aldobrandini, el refugio en Frascati del Cardenal Pietro Aldobrandini, un importante mecenas del arte Barroco.
Allí se eligió pintar unas escenas con Apolo, el dios Sol, como protagonista, el cual se presenta como benefactor y protector de las artes. Todo ello en un programa iconográfico muy complejo que incita a pensar que el pintor contó con la ayuda de algún erudito en mitología para asesorarle en todos y cada uno de los detalles.
De todos modos, lo interesante es el concepto barroco de este tipo de decoración pictórica. En muchos pabellones de este estilo, a veces se hacían pinturas en sus muros simulando que eran ventanas por las que se contemplaba la continuación ficticia de los jardines que rodeaban al edificio, donde además se desarrollaba una escena mitológica.
Sin embargo aquí se da un giro más de tuerca, ya que el pintor no juega a hacernos creer que son ventanas, sino tapices, dándole esa textura característica, rodeándolos de un marco típico de esas elaboraciones textiles, e incluso simulando que alguien los levanta y los mueve, como vemos en la última imagen.