Frescos de Il Gesú
Tras la construcción de la iglesia de Il Gesú en Roma por parte del arquitecto Vignola, décadas después se decidió acometer su decoración interior. Un trabajo que fue encargado a Giovanni Battista Gaulli (1639 – 1709).
Este pintor originario de la ciudad de Génova, al norte de Italia, y se había formado en su ciudad natal hasta el año 1657. En esa fecha decide marcharse a la capital artística del momento, Roma. Y allí pronto gozó del apoyo del que seguramente era el artista más influyente de la época, Gian Lorenzo Bernini. Gracias a su ayuda logró importante encargos como pintar la iglesia de Santa Inés proyectada por Borromini en la piazza Navona. Y también consiguió hacer los frescos de toda la iglesia de Il Gesú, salvo los del presbiterio. El templo jesuita por excelencia de la ciudad.
Además el jefe de la orden jesuítica del momento también era de origen genovés, algo que igualmente le favoreció. De hecho los tres, Gaulli, Bernini y el General de la Orden intervinieron en la ejecución de la obra, a los que se añadió la colaboración de Antonio Raggi, escultor encargado de hacer los estucos de las paredes. Por una parte Gaulli fue el proyectista general y el pintor, el General de la Orden concibió el tema para las pinturas, mientras que la mano de Bernini se aprecia en la exquisita fusión de todas las artes que se integraron en la ejecución de la obra.
Unos de los frescos más llamativos del conjunto es la pintura de la cúpula, donde el tema es la Gloria Celestial vista desde abajo hacia arriba, una perspectiva sumamente barroca, muy propia de este momento. Ya que la obra de Gaulli tuvo lugar entre los años 1672 y 1685, momento en el que el estilo Barroco alcanzó sus cotas más altas.
No obstante, lo más novedoso es la concepción y la forma de interpretar las pinturas en los techos de la nave de la iglesia, construida en bóveda de cañón con lunetos. Ahí el tema es la Adoración del Nombre de Jesús, lo cual va unido a la exaltación a la propia Compañía de Jesús.
En el centro aparece el nombre de Jesús, y desde ese centro luminoso parte un viento que llega a las figuras, un elevado número de ellas representando santos, querubines, los Reyes Magos… ) Todos ellos vibrando con la Adoración. Aunque también se ven las alegorías de los vicios y los pecados, que son expulsados de ese momento, cayendo hacia abajo.
El programa iconográfico continúa convirtiéndose en escultura con diferentes figuras como las alegorías de los continentes donde los jesuitas actúan como misioneros, lugares donde ya se puede adorar el nombre de Jesús.
Todo el conjunto pictórico tiene un alto sentido decorativo y cierra toda la nave. Y para ese valor ornamental de la pintura utiliza todas las fórmulas vigentes e implantadas por el arte barroco. Por ejemplo, en ocasiones la pintura se superpone a los marcos. También usa arriesgadas perspectivas. Y por supuesto, fusiona las artes de la pintura, la escultura, la arquitectura o los estucos.