Friso de Beethoven de Klimt
En el año 1902, el grupo de artistas austriacos de la Sezession Vienesa decidieron hacer un montaje artístico en homenaje al compositor Ludwig van Beethoven, y el escenario no podía ser otro que el Palacio de la Secesión que había construido el arquitecto Joseph Maria Olbrich. Entre los creadores que participaron en aquel evento estuvo Gustav Klimt, quien concibió un largo friso de pintura a lo largo de tres paredes, abarcando un total de 34 metros de longitud para plasmar un poema visual inspirado en la Novena Sinfonía de Beethoven, también conocida como el Himno de la Alegría.
La idea original era que aquellas pinturas fueran temporales, y por ello los materiales empleados en ella no eran de calidad. Sin embargo, las pinturas todavía se pueden ver hoy en el citado palacio, aunque eso sí tuvieron que ser restauradas a conciencia en el pasado para que se pudieran mantener y mostrar. Algo que no deja de ser curioso, ya que Klimt recibió unas críticas feroces de la obra, incluso por parte de algunos de sus compañeros. Tanto fue así, que decidió abandonar el grupo de la Sezessión y la verdad es que en los años posteriores, de una forma totalmente libre, realizó algunas de sus obras maestras como Las Tres Edades de la Vida o El beso.
No obstante, de toda su producción tal vez sea el Friso de Beethoven su obra más singular. En ella fue capaz de experimentar con un sinfín de recursos, que luego aprovecharía en obras posteriores. E incluso fue capaz de incluir las partes blancas y no pintadas de la pared dentro de su obra, que no deja de ser un singular relato dividido en tres escenas.
La primera escena representa las súplicas del género humano. Vemos figuras demacradas y desnudas, abatidas y arrodilladas hasta un caballero armado que plasma un mito heroico. La representación de este personaje es muy interesante. Para empezar porque para su rostro se inspiró en otro músico, en este caso Gustav Mahler. Y luego porque su dorada armadura, en la que empleó desde vidrios hasta clavos, se inspira en un retrato del archiduque Segismundo del Tirol expuesto en un museo de Viena. En definitiva, este personaje plantea la búsqueda de la felicidad a partir del Arte.
La segunda escena se dedica a las fuerzas hostiles. Aquí domina la oscuridad, y las tentaciones son mujeres seductoras pero también letales. Al igual que están los símbolos de la locura, la muerte o la enfermedad. También está el mítico Thyphoeus, una figura demoniaca y Danae y su lluvia de oro. Todos son amenazas para el hombre, que parece que no puede escapar de la tragedia.
Pero en la tercera vuelve la luz y los dorados, o sea, la salvación a través de la belleza. Toda una representación que sigue el ritmo del famoso Himno de la Alegría, que acaba en un coro de armonía y plenitud, como esta extraordinaria pintura.