Hendrickje como Flora de Rembrandt
Rembrandt se había quedado viudo en el año 1642 de su primera esposa Saskia. Así que para llevarle la casa y también cuidar de su hijo Titus, durante un tiempo vivió con ellos la ama de llaves Geertje Dircks. Pero no era fácil vivir con ella debido a su carácter, así que con el tiempo el pintor conoció a la joven Hendrickje Stoffels, la cual se acabaría convirtiendo en su compañera hasta el final de sus días.
Al igual que había hecho con Saskia, a la que por ejemplo pintó acompañándole en un famoso autorretrato, también a Hendrickje la retrató o usó de modelo en diversas ocasiones. Por ejemplo, en la obra que vemos aquí o en su cuadro Mujer bañándose en un riachuelo.
La verdad es que si comparamos las imágenes de su segunda mujer, con las de otros modelos, hay que llegar a la conclusión que son cuadros con una fuerza muy especial. Algo que radica por un lado en la belleza de la joven, y por otro en los sentimientos que despertaba en el artista.
En el caso de esta tela, que realizó hacia el año 1657 y que se conserva en el Metropolitan de Nueva York, nos la pinta disfrazada de Flora. Y es que le gustaba pintar a sus seres queridos transformados en seres mitológicos.
Es un retrato de lo más sencillo en cuanto a su composición, pero el conjunto es de una gran frescura, algo a lo que ayuda la juventud, los atributos florales, los colores y la luz elegida que incide sobre las ropas y el rostro de la protagonista. De hecho, gracias a esa luz, la figura queda aislada de su entorno. Incluso queda aislada de nosotros, los espectadores, ya que la mujer no nos mira, ni nos dedica un solo gesto.
Todo en el cuadro es de extraordinaria delicadeza: el rostro de perfil, sus pendientes, el tocado floral, el collar, la blusa y los pliegues de las mangas, la falda amarilla con más flores estampadas. Todo es exquisito, pero todo queda disuelto en una armonía general que proporciona la iluminación y la selección de colores.
Juega con los tonos claros de la camisa, y la encarnación de rostro y cuello. Unas zonas de lo más luminosas, por momentos casi transparentes, que resaltan sobre el fondo, y que a su vez ayudan a resaltar el comienzo de la falda amarilla. Y curiosamente ese color amarillo es el soporte para lograr profundidad en esta auténtica efigie de perfil. Y es que sobre la falda vemos como la mano izquierda de la mujer está levantando el vestido, creando así un primerísimo plano que se lleva hacia atrás la escena.