José de Ribera – Il Spagnoletto (1591-1692)
José de Ribera, de origen parece que valenciano, nacido en Xátiva, estudió en esta ciudad, al lgual que Ribalta, pero muy joven, se trasladó a Nápoles, donde se afincó bajo la protección del Virrey Duque de Osuna. Conocido como «Il Spagnoletto», abrió taller y en su primera época, influida por Caravaggio, fue un tenebrista absoluto, de sombras aún más negras que aquél (usaba alquitrán), consiguiendo efectos en los cuadros de «luz de subterráneo» con un dominio perfecto.
En su madurez, después de estudiar a los venecianos, aclaró los fondos, se volvió más colorista e hizo composiciones religiosas grandiosas; hay un predominio de los tonos plateados y al final, los cuadros parecen envueltos en dorada luz.
Por una parte, su tendencia al realismo lo convierte en maestro de la representación de la ruina de la edad (arrugas, miembros secos, carnosos, ajados) incluso de las deformaciones y degeneraciones, acentuando todo esto por la abundante pasta y por la luz que resalta del cuadro.
El arte de destacar sobre fondos negros la carne semidesnuda, iluminada por una cruda luz, fue una de sus principales características.
Técnicamente su dibujo es irreprochable: domina el desnudo y los escorzos, y consigue con atrevidos y gruesos toques de color, efectos «impresionistas».
Es, sobre todo, pintor de temas religiosos (santas y santos, apóstoles, martirios, la Inmaculada Concepción, terna que desde el año 1661 al proclamarse dogma de fe se repetirá en la pintura con gran escenografía barroca), pero a causa de su condición de pintor de virreyes, desarrolló temas mitológicos, filosóficos y de pensadores antiguos.
Entre los mitológicos destacan los gigantes musculosos Ixión y Ticio del Prado, o Sileno, tratado con corrosiva ironía. En la misma línea están las representaciones de filósofos y sabios, para los que utilizó modelos de los estratos sociales más bajos, los lazzaroni de Nápoles, pescadores, mendigos y vagabundos, curtidos por el sol, desdentados y otras gentes del mismo estilo, las cuales indican el escaso respeto del pintor por los ídolos de la cultura renacentista: Arquímedes, Diógenes, Demócrito o Anaxágoras entre otros, aparecen corno limosneros sonrientes, en estrecho parentesco con los borrachos de Velázquez. Su realismo llega al máximo en obras como Patizambo (El niño cojo), ejemplo de la picaresca del siglo, un chico con sonrisa medio maliciosa y medio resignada y mostrando su sucia dentadura, alejado de la tragedia de su pie destrozado; o como La Mujer Barbuda (La barbuda de los Abruzzi), donde el realismo del barroco llega incluso a captar lo desagradable, deforme o extraño.
Pero el género religioso es el que ocupa su mayor actividad. En sus cuadros de figuras únicas: apóstoles como San Andrés, o ermitaños y penitentes como San Pablo o San Jerónimo. Al que sitúa en cuevas oscuras, iluminadas en el fondo por una entrada, aun inspirándose en los mismos modelos de sus cuadros no religiosos, se transforman en figuras de heroica grandeza y expresión ascética y mística, con sus cuerpos arruinados y sus miembros sarmentosos, por la vejez o la abstinencia.
Si por la riqueza del color y por la maestría en la composición puede ser considerado un italiano, por el realismo que busca la emoción religiosa, conecta con la estética de la Contrarreforma española. Entre sus grandes composiciones destacan La Inmaculada del convento de las Agustinas de Salamanca, en la que ha desaparecido el tenebrismo, predominando la claridad de tonos plateados, con nobleza de formas y esplendor en los colores y la luz. El Martirio de San Bartolomé del Museo de El Prado, el cual es un compendio de su estilo y en el que hay grandeza y monumentalidad en las figuras y la composición, evitando la sangre y lo cruento de la tortura; y en El Sueño de Jacob la sobriedad y la simplicidad naturalista intensifican la emoción: un hombre fornido que dormita con la cabeza apoyada sobre su áspera mano, accede a la visión celestial de unos ángeles que se muestran sin teatralidad aparatosa, hundido en una niebla dorada que parece salir del sueño del propio durmiente.
A pesar de vivir fuera de España, Ribera influyó en los grandes maestros, más jóvenes del barroco español (Zurbarán, Velázquez, Murillo y Cano), y su pintura está en la raíz del realismo barroco español, un realismo que no refleja las cosas del mundo de manera fría, como un espejo, sino que aspira a ponernos en contacto con esa realidad irreductible que es el individuo y los objetos que lo rodean.