La Caída de los Gigantes de Giulio Romano
Entre los años 1532 y 1535 realizó Giulio Romano la que se puede considerar su gran obra maestra y una de las creaciones más destacadas de toda la pintura del Manierismo. Hablamos de las pinturas murales que realizó para las paredes diversas estancias del Palacio del Té de la ciudad italiana de Mantua.
Y entre todo ese conjunto, sin duda alguna de las partes más importantes es la sala donde cubrió todo el espacio con la representación de la escena mitológica de la Caída de los Gigantes.
Cuando el espectador se adentra en la sala, la sensación de desconcierto es total, ya que hasta el último centímetro de la pared está pintado sin que haya ninguna referencia al espacio real y no se da un punto de escala para poder medirlo de manera racional y concebirlo como una pintura. Todo para sumergirnos en esa escena de atmósfera monumental, gigantesca nunca mejor dicho.
Pero no solo eso, hay un tono grotesco y casi caricaturesco en esas figuras.El ambiente de reverencia con el que se planteaban ciertas escenas mitológicas en el pasado, sobre todo durante el periodo renacentista precedente, con el Manierismo y con artistas como Romano pasa ser algo muy más irónico, hasta con un claro toque de extravagancia. Está claro que para este pintor y otros de su generación Miguel Ángel y sus grandes murales son todo un referente, pero la monumentalidad y el tono solemne, en ocasiones como esta parece que se hayan convertido en una auténtica parodia irreverente.
Además aquí todo esta amplificado por la escala de la pintura. Todo es exageración, con lo que todavía se ayuda más a que la perspectiva del pequeño espectador desde el centro de la sala, sea aún más ilusoria y desconcertante. Las ventanas o las puertas de acceso están integradas en la pintura, perdiendo así todas las referencias.
El efectismo del conjunto es absoluto, tanto por la forma como por el contenido. Todo parece derrumbarse, mientras los gigantes miran el escenario con una expresividad caricaturizada. La sensación de desconcierto de los personajes se traslada al espectador que verdaderamente queda impactado por la caída de todas esas columnas y arquitecturas pintadas. La verdad es que es espectacular y hay que hacer el ejercicio mental de imaginarnos como se vería todo esto en su momento, sobre todo de noche, cuando esos muros se vieran tan solo iluminados por las tenues luces de velas y candelabros. Desde luego que sería aún más sobrecogedor.
De alguna forma el pintor en esta sala se adelantó varios siglos a su tiempo y propuso una verdadera experiencia inmersiva a través del arte.