La llama eterna de Kubin
Esta imagen la realizó el artista austriaco Alfred Kubin aproximadamente en el año 1900, y en la actualidad es una obra que permanece expuesta en las salas del MoMA de Nueva York.
Se trata de un dibujo sobre un soporte de papel y combinando las técnicas de la aguada y de la tinta para su confección. Por lo tanto se trata de una obra gráfica, que en realidad forma parte de una larga serie de imágenes que este artista dedicó a diferentes cuentos, leyendas y mitos de origen germánico. Una serie que también se titula La llama eterna.
Toda esta serie es un magnífico ejemplo de lo que significa la obra artística de Alfred Kubin, al mismo tiempo que con ella se puede definir tanto su estilo como sus influencias.
Es un creador que principalmente se dedicó a la ilustración, la obra gráfica y los dibujos, y no tanto a la pintura. La verdad es que aunque prácticamente toda su labor artística se desarrolló a lo largo del siglo XX, ya que nació en el año 1877 y falleció en 1959, lo cierto es que los referentes de su arte fueron principalmente artistas del siglo XIX, y aún de épocas anteriores.
Respecto a estas influencias, es fácil emparentar sus creaciones con los grabados de Francisco de Goya, o la obra gráfica de James Ensor, Max Klinger u Odile Redon, y desde luego una de sus grandes fuentes de inspiración siempre fueron los cuadros de El Bosco, artista flamenco, a caballo entre el Gótico y el Renacimiento.
Todo esto en cuanto a su estilo, ya que respecto a sus temas, además de relacionarse con la cultura popular, también está claro que volcaba sus inquietudes y lecturas filosóficas, a veces tan contrapuestas como las teorías de Friedrich Nietzsche o Albert Schopenhauer.
Con todos estos ingredientes, Kubin evoca en esta obra unos ambientes fantásticos, propios de las pesadillas y los misterios más dramáticos. Todo caracterizado por una ambientación de irrealidad.
Para lograr eso, juega de manera muy interesante con las zonas de luz y de sombra. En este caso coloca un caldero ardiente, en el centro de la composición, un elemento que también se repite en otros dibujos de esta serie. Esa caldera es el centro y el principal punto de luz, aunque en este caso ese punto luminoso también compite con la gran calavera flotante blanca que hay en la parte superior de la escena, casi como si fuera una luna, y que ayuda a marcar la atmósfera fantasmal de la composición.
El calor que emana el caldero sirve para generar un contraluz con las figuras que se ven en la parte inferior en primer término, todas ellas cubiertas por una especie de velo de sombra y misterio. Esos peculiares efectos se dice que tal vez tuvieran que ver con que Kubin ejerció como aprendiz de fotógrafo, y muchos de esos juegos de luz y sombra, recuerdan al propio proceso de revelado de imágenes que se llevaba a cabo en el cuarto oscuro.