«La muchacha de la mandolina» de Picasso
Se trata de un cuadro pintado entre los años 1910-1912, perteneciente a la etapa del cubismo conocida como «cubismo analítico», y realmente se trata de un retrato de Fanny Tellier. Tras la experiencia de “Las señoritas d´Avignó”, el pintor malagueño se dedica a investigar acerca de su nueva técnica ensayada en la obra anterior. La base del cubismo radica en cuestionarse que es lo que define realmente a un objeto, llegando a concluir que es su forma, pero no tal y como la vemos, sino como realmente es (en este sentido enlaza con el platonismo que afirma que solo la verdad está por encima de la mera apariencia, es la esencia), por ello para los cubistas, la esencia del objeto es su forma, independientemente de cómo sea la luz o el color, elementos accesorios a la hora de definir ese objeto. Buscando la esencia, toman la idea de Cezanne de que las formas de la naturaleza pueden circunscribirse a las formas esenciales de la geometría y así, geometrizan las formas naturales. No contentos con ello, también piensan que lo que define al objeto en sí, no puede ser definido por un único punto de vista, por lo que plasman en un único plano de representación diversidad de puntos de vista del mismo objeto, intentando captar así la cuarta dimensión, el tiempo.
Este estilo se caracteriza por la descomposición de las figuras en formas geométricas, que luego se reordenan de manera semejante a un puzzle. Las estructuras geométricas fragmentadas semejan ser como un espejo o cristal roto. Los objetos aparecen descompuestos por efecto de los múltiples puntos de vista. La atención se centra en el objeto, pero solo en su forma, no en su color, por eso hay cierta tendencia a la severidad cromática, con el uso de los ocres y los grises. El fondo y las figuras se unifican en su tratamiento, acentuando así el carácter autónomo del cuadro, lejos de la ilusión de profundidad de la perspectiva tradicional. También se produce la pérdida de la noción de volumen. Es un estilo austero y anti-ilusionista.
La sistematicidad severa, el lenguaje figurativo estructurado con la máxima precisión, se aplica a la modelo que así resulta caracterizada de una manera personal, sin hacer ninguna concesión al modo de pensar del artista. Picasso había logrado tal dominio del lenguaje del cubismo analítico que podía hacer derivar del mismo un resultado lírico-poético.
Los gruesos trazos negros separan y dividen los distintos planos, enmarcada la figura femenina como contenida en una especie de prisma que se abre al fondo hacia la oscuridad y luego disecciona cada parte, tratándola como una individualidad. La muchacha aparece posando sentada, mirando al espectador, pudiendo distinguirse con claridad la mandolina. Los planos se cortan por líneas quebradas que se diferencian en tonalidades verdes y amarillas. Las manos, grandes están entrelazadas, colocadas muy en primer plano, como si fuesen un escorzo, que suscitan en cambio una sensación apacible.
En los cuadros de esta etapa, el pintor busca la total objetivación de la realidad, de manera que la representación del objeto se aleje lo más posible del subjetivismo interno del artista. Las formas, los colores y la propia disposición del espacio son los únicos elementos subjetivos dentro del proceso creador.