Muchacha en la ventana de Dalí
Previo a su esplendor como pintor surrealista de primer nivel mundial, el artista español Salvador Dalí pintó este óleo sobre cartón en el año 1925. Un obra que en la actualidad se conserva en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, y que seguramente es uno de sus cuadros más populares.
Es una imagen propia de una fase que va de 1924 a 1926 que los historiadores han denominado como subetapa, Ana María, su hermana, ya que la pintó en varias ocasiones.
Por otra parte también tiene en estos momentos un estilo muy acusado que también podemos ver en su obra Retrato de Buñuel. Unas obras en las que es muy importante la luz, que en este caso se podría decir que entra de forma lenta a través de la ventana, inspirándose en el pintor barroco Vermeer de Delft, el cual tiene muchas composiciones basadas en una figura femenina y una ventana, como por ejemplo La lechera o Muchacha con collar de perlas.
En realidad, Muchacha en la ventana se trata de una obra de su periodo de formación, una fase que va aproximadamente del 1922 al 1926. Y durante esos años se nos muestra como un pintor muy perfeccionista, algo que sin duda está relacionado con el carácter obsesivo que siempre tuvo este artista. En este caso su obsesión era su hermana y la contemplación de la costa, algo que en realidad obsesionaba a ambos.
Pero si ese mismo carácter. le llevó a inventar en las décadas posteriores algunas obras tan emblemáticas del Surrealismo como son La Metamorfosis de Narciso o La persistencia de la memoria, en este caso todavía vemos un artista de estilo realista.
De hecho se inspira mucho en el clasicismo más mediterráneo, algo lógico si tenemos en cuenta el lugar de nacimiento de Dalí, la Costa Brava de Girona, y el lugar donde pintó la obra, su propio pueblo de Cadaqués.
En definitiva, nos presenta a su hermana, a la cual usaba para establecer tipologías femeninas. Siendo en este caso una muchacha rotunda, muy volumétrica, casi voluptuosa, algo que se debe sobre todo la luz tan violenta que entra a raudales por la ventana.
El cuadro mismo es una ventana. No hay ningún objeto, además de la cortina que recuerde el espacio donde estamos. Por otra parte, nos plantea una continuidad de color entre el vestido y el mar, fluyendo todo con la armonía propia de la más pausada contemplación. Tanto el pintor como nosotros, los espectadores, vemos el mar con los ojos de Ana María.