Arte
Inicio Pintura La niña dormida de Albert Moore

La niña dormida de Albert Moore

Publicado por A. Cerra

La niña dormida de Albert Moore

El artista británico Albert Moore (1841 – 1893) en sus últimos años pintó infinidad de escenas semejantes a esta que hoy se conserva en la Tate Britain de Londres. De hecho, esta que vemos fue realizada en 1875 y es una de las primeras.

Siempre se trata de niñas o mujeres durmientes, en actitudes de lo más lánguido y que habitualmente lucen vestimentas de aires clásicos, así como el entorno donde se las ubica también recuerda a la Antigüedad. Lo cierto es que son como vistosos homenajes a la escultura clásica, por la que Moore sentía verdadera fascinación.

Esa pasión por estas obras se despertó en él tras un viaje a Roma y a partir de las múltiples visitas que hizo al British Museum donde todavía se exponen los mármoles traídos del Partenón de Atenas.

En el fondo este tipo de imágenes como La niña dormida no nos están contando nada, pero se conciben como un ejercicio estético donde los protagonistas son los colores, las líneas o los estampados. La chica es otro objeto más dentro del conjunto, que viene a ser algo similar a un bodegón. Sin embargo no deberíamos entenderlo como una obra con un interés meramente decorativo. El propósito de Albert Moore va más allá, ya que trata de plasmar la belleza formal más perfecta. Y es que este tipo de obras se pueden entender como un referente del movimiento esteticista que por esas fechas se dio entre algunos pintores ingleses y también franceses.

Y para conseguir ese ideal de belleza hay elementos que se usan y otra vez. Las túnicas de gasa, a veces casi transparentes, es uno de ellos, pero hay más. Por ejemplo, los jarrones, las alfombras hechas con pieles de animal, los estampados de los cojines o los abanicos de influencia oriental. Con todo ello se compone una escena de lo más delicada. Fijémonos por ejemplo en la cabeza de la muchacha. Una cabeza relajada que queda envuelta por el brazo y coronada por la flor que lleva en la oreja. Esta cabeza y el brazo son el final del cuerpo sinuoso, que más que humano se ha convertido en un cuidado objeto de diseño.

Esa flor es muy importante, al igual que otras repartidas por la tela, ya que todas ellas son notas de color en una escena de lo más serena y de tonos que tienden a la frialdad. Esas flores, que están pintadas con un realismo y precisión total, son llamativos puntos de calidez y de atención hacia la armonía cromática de la escena.

Y otro elemento que sin duda atrae las miradas es el dinamismo de las telas. En una escena donde nada se mueve, el vestido parece darle a todo vida. Albert Moore hizo innumerables estudios para dominar la representación de estas telas tan brillantes y por momentos traslúcidas. Algo que conseguía gracias a su laborioso y delicado proceso de trabajo, que consistía en aplicar sucesivas capas de pintura, una encima de otra, hasta que conseguía el aspecto que buscaba.