«La rendición de Breda» de Velázquez
Se trata de un gran cuadro, desde luego el más grande de los suyos, pintado al óleo sobre lienzo, en el período conocido como la segunda etapa madrileña del pintor, que comienza en 1631 a la vuelta de su primer viaje a Italia y concluye en 1649, cuando emprende su segundo viaje a ese país. Probablemente lo pintó alrededor del año 1635. Se concibió para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, y actualmente se encuentra en el Museo del Prado de Madrid.
Representa una batalla de la Guerra de Flandes, ocurrida unos diez años antes, la toma de la ciudad de Breda por parte del ejército hispano al mando de Ambrosio de Spínola, general genovés de gran prestigio. Velázquez convierte una escena inventada en testimonio de la realidad, eligiendo el momento más triunfal, pero a la vez más humano, la capitulación de la ciudad con la entrega de las llaves de la misma, en vez de mostrar el drama bélico. Trata a cada uno de los personajes de forma individualizada, consiguiendo plasmar una importante galería de retratos, entre los que destaca el de Spínola, al que el pintor conoce personalmente, y el del propio Velázquez, retratado a la derecha del lienzo. Como buen barroco Velázquez busca la participación del espectador, para lo que coloca una serie de personajes de espaldas, situados en la misma posición del espectador, y a una serie de personajes que nos miran directamente, buscando nuestra participación.
Es un cuadro dominado por la simetría, en el que el centro de la composición lo marca la llave, entre los dos generales de los ejércitos, que se recorta sobre un segundo plano muy luminoso. A la derecha aparecen los soldados españoles, cuyo grupo se abre con un caballo representado en escorzo desde su parte trasera, que se contrapone (imagen invertida) al caballo que cierra el grupo de los soldados holandeses. Dos rectángulos conforman la composición básica de figuras y paisaje, al tiempo que los grupos humanos se estructuran en aspas que se desarrollan en profundidad en el cuadro. Consigue la perspectiva no solamente por los escorzos de las figuras, sino por el efecto ambiental creado por la perspectiva aérea, reforzado también por la colocación de las lanzas (en realidad eran picas).
Contrapone un primer plano de colores intensos y figuras silueteadas de colores cálidos a un extraordinario fondo de colores fríos, con luces del amanecer. Es un paisaje luminoso y brumoso a un tiempo, en el que vemos los campos de combate con los humos de los restos de los cañonazos, confundidos con los cielos neblinosos del norte de Europa. Es un ejercicio de pintura el como hace el fondo de este cuadro, trabajando magistralmente la gama de los azules, los grises y los blancos entremezclados para constituir el efecto atmosférico de la escena.
La técnica empleada con respecto a la pincelada no es uniforme, se adapta a las calidades de los materiales. Así por ejemplo, es compacta en la chaqueta del primer plano, toma aspecto de acuarela en el traje blanco del personaje holandés y crea aspectos plásticos en la armadura. A partir de ahora, comienza a dar un nuevo tratamiento a la pincelada y color, con el que se va disolviendo la forma, ya que la pincelada se hace más suelta, sugiriéndola, y que el ojo del espectador concluye.