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La soledad de Corot

Publicado por A. Cerra

La soledad de Camille Corot

A Camille Corot se le puede considerar el gran representante de los pintores que integraron la conocida como Escuela de Barbizon, si bien es cierto que nunca llegó a tener total afinidad con los artistas que conformaban el grupo. Pero lo que es innegable es que juntos supusieron una importante renovación para la pintura de paisaje de mediados del siglo XIX.

Fueron unos artistas que se dedicaron a buscar la belleza del paisaje, en especial desde su vertiente más rural, lo que les proporcionaba una sensación de paisaje íntimos, sin buscar el dramatismo que tanto había explotado los pintores del Romanticismo. Ellos buscaban algo más evocador y con alma.

Para ello Corot y otros pintores comenzaron a representar los parajes del bosque de Fontenaibleau, pero gran parte del grupo se asentó en la población de Barbizon, de ahí su denominación.

Allí plasmaron paisajes no excesivamente llamativos y tenían como referentes los cuadros de paisajes típicos del Barroco holandés e incluso el arte del británico John Constable. Como ellos querían aprehender lo atmosférico, y lo hacían pintando al aire libre, algo muy importante para el grupo. Aunque todavía no habían llegado a los límites de “plein air” que unas décadas después iban a alcanzar los pintores impresionistas, quien realizaban su obra íntegramente frente al paisaje que representaban. En cambio, Corot y el resto de pintor de la Escuela de Barbizon solían acabar sus obras en el estudio.

En definitiva, pintaban vistas de una naturaleza tan sencilla como hermosa, recurriendo a una composición melódica y con un encanto íntimo, casi como un hechizo para el que usaba muy pocos colores fundamentales.

Un buen ejemplo es este cuadro de La Soledad, que lleva como subtítulo Recuerdo de Bigen, Limousin. Un lienzo de la colección Carmen Thyssen Bornemisza. En él todo queda dominado por ese paisaje, a la orilla de un lago y con la típica vegetación enmarañada de las riberas fluviales. De hecho hay un árbol en el centro del cuadro, como marcando el eje y dividiéndolo en dos mitades. La izquierda más impenetrable y vegetal, mientras que la derecha es más abierta. Se ven una amplia superficie de cielo con nubles, el horizonte a un tercio de la altura del lienzo, el agua mansa del lago que casi es un espejo de ese cielo y por supuesto una mujer sentada en el suelo y apoyada en ese árbol central.

Una mujer en soledad y que le aporta a la escena un evidente tono ensoñador y melancólico. De hecho hubo un crítico del siglo XIX que hasta inventó una peculiar expresión para este tipo de paisajes tan habituales en la carrera de Corot. Lo llamó imágenes de “la naturaleza soñada” (la nature revée).