«La Virgen de la Galería Brera» de Piero della Francesca
Piero della Francesca es un pintor de la Toscana, perteneciente a la segunda generación del Quatrocento italiano. Formado en Florencia y Siena, pronto entró en relación con la corte de Urbino y con su duque de entonces, Federico de Montefeltro, quien fue su mecenas principal, aunque también realizó trabajos en Roma y en otras ciudades italianas. Piero muestra su preocupación por la corriente científica y por ello sus cuerpos tienden a formas geometrizadas, la cabeza es una esfera, el torso tiende a ser un cilindro, etc. La geometrización la aplica también al paisaje. Sus figuras tienden a ser corpulentas, redondeadas y estáticas, como de movimientos congelados. Los paisajes están construidos con perspectiva.
Además de su meticuloso estudio de la geometría y la perspectiva, Piero della Francesca también fue un pionero en el uso de la luz y el color para crear profundidad y volumen. Sus obras son conocidas por su uso de colores suaves y luminosos, que dan a sus pinturas una sensación de serenidad y tranquilidad. Esta técnica, conocida como sfumato, fue más tarde perfeccionada y popularizada por Leonardo da Vinci.
Esta obra que se encuentra en la Galería Brera de Milán, llamada también por ello, Pala Brera es una de sus últimas realizaciones, pintada durante su senectud, cuando residía en la Corte de Urbino, antes de quedarse ciego (lo que le imposibilitó trabajar). Se conoce también como Sacra Conversazione.
Se trata de un óleo que muestra un impresionante retrato del Duque de Urbino, ante la Virgen que sostiene al Niño, acompañada por una serie de personajes que describen un semicírculo en torno a ella. La escena tiene lugar en un interior arquitectónico, pues tras ellos hay un ábside formado por paneles de pórfido verde que sostienen una bóveda de cañón de casetones. En el arco de medio punto del fondo se adosa una monumental concha de mármol, seguramente símbolo del Bautismo, y por ello del nacimiento a la Fe. Un detalle enternecedor, por su misterio es el cascarón de huevo de avestruz que pende de un hilo en el centro del espacio. Exactamente sobre la cabeza de la Virgen. Pudiera ser el símbolo oriental de la Creación o el símbolo renacentista del espacio cerrado.
Federico de Montefeltro aparece en posición orante, ataviado con una reluciente armadura, con el rostro de perfil, mostrando solamente su lado izquierdo, ya que el Duque tenía el rostro desfigurado por un accidente sufrido en un torneo, por ello el pintor le oculta siempre el lado derecho. La Virgen se presenta sedente, hierática, con la barbilla puntiaguda, los ojos entornados y con las manos juntas en posición orante, sujetando sobre sus rodillas al Niño desnudo y dormido, que se encuentra en posición horizontal en una extraña postura, rompiendo la verticalidad de la composición. Detrás a la izquierda se han reconocido a los santos Bernardino de Siena, Juan Bautista, Jerónimo y a la derecha, a Francisco, Pedro mártir y Andrés.
Los personajes, pertenecientes a generaciones distintas parecen captados más allá del tiempo en una atmósfera de eternidad. Iluminados por una luz diáfana, intensa, limpia y clara, la misma que la del cielo de Italia, que define a las figuras sin marcarlas con ninguna sombra. Se observa claramente su tendencia a la simplificación y geometrización, con volúmenes simples, escaso movimiento, seriedad y estatismo.
Gran estudioso de la geometría y la perspectiva, muestra sus conocimientos sobre este tema en la realización del marco arquitectónico que encaja la escena. Es perfecta la minuciosidad con la que recrea todos los detalles, tanto en decorados, como en las telas, pliegues, joyas y objetos, lo que confiere a cada fragmento de la pintura una categoría en sí mismo.
Piero della Francesca fue un maestro en la representación de la profundidad espacial y la perspectiva, y su obra ha sido de gran influencia para generaciones de artistas posteriores. Su uso innovador de la luz y el color, así como su atención al detalle y su habilidad para capturar la esencia de sus sujetos, han hecho de él uno de los grandes maestros del Renacimiento italiano. Su legado perdura en la historia del arte, y su influencia se puede ver en la obra de muchos artistos posteriores, desde el propio Leonardo da Vinci hasta los pintores del siglo XX.