«La Virgen y el Niño con Santa Ana» de Leonardo
El tema de esta representación era inusual, aunque ya se había tratado antes, casi siempre representando a las dos mujeres jóvenes, con María sentada en el regazo de su madre, Santa Ana. Estaba basado en los Evangelios Apócrifos, ya que la Santa no se menciona en el Nuevo Testamento. Leonardo emprende esta obra, como es habitual en él tras un intenso período de estudio, ya que al menos existen tres versiones de la misma, además de varios bocetos. Así se conserva la pintura inacabada que está en el Louvre, un cartón sobre el mismo tema en la Nacional Gallery de Londres (ésta tiene una composición diferente, e incluye a San Juan Bautista en vez del cordero) y un cartón de 1501, descrito por cronistas como Vasari.
Representa a Santa Ana sentada, sosteniendo en sus rodillas a María, que aparece inclinada, doblada, abrazando al Niño Jesús, que está jugando con un cordero, intentando montarlo. La escena familiar se desarrolla ante un paisaje.
Leonardo intentó solventar los problemas compositivos, a base de la formación de un triángulo que engloba a las tres figuras, aunque uno de sus lados, debido al movimiento del cuerpo de María dibujando una diagonal, queda un tanto descompensado. Pese a ello en la obra predomina la serenidad y el equilibrio que caracterizan al clasicismo de Leonardo..
Con respecto al color, buena parte del mismo está inacabado o los pigmentos se han desintegrado, como ocurre con el azul de las ropas de María (“enfermedad ultramarina”), aunque también ha ocurrido lo mismo con la falda de Santa Ana que es marrón.
Toda la obra está construida a base de sfumato, palabra que en italiano describe el efecto del vapor subiendo o de la neblina dispersándose en el aire, pero que en arte suele utilizarse para describir el cambio de luz a oscuridad y, hasta cierto punto también de color, que es tan gradual y sutil que el ojo no puede captar los límites. Es la técnica leonardesca por excelencia, la utiliza para expresar los contornos de los objetos, la sensación de tres dimensiones, que considera imprescindible. En sus apuntes sobre pintura decía que “la luz y la sombra deben emerger sin líneas ni límites, al estilo del humo”. Además le sirve para captar la perspectiva aérea, ya que la mente científica del genio del Renacimiento, parte de que la visión humana se vuelve borrosa cuando mira hacia la lejanía, con lo que para expresar profundidad, no basta con crear puntos de fuga o empequeñecer los objetos, sino que éstos deben difuminarse, como ocurre en la naturaleza, ya que con la distancia se pierde la nitidez del objeto. En su “Tratado sobre pintura”, Leonardo advierte que se debe ser cauteloso con “la luz del sol que proyecta sombras oscuras, por lo que cuando se pintan exteriores se debe introducir una leve neblina entre el objeto y el sol”. La suavidad en los contornos, los observamos en los rostros de los personajes, destacando sobre todo el trabajo del de Santa Ana, y en el paisaje del fondo, que aunque quedó abocetado deja entrever las características rocas desnudas entrevistas desde la niebla que tanto complacían al pintor y que probablemente estaban inspiradas en el paisaje de la alta montaña alpina.