Las cataratas del Niágara de Friedrich Edwin Church
Antes de mediados del siglo XIX la pintura paisajista de Estados Unidos tuvo como máximos representantes los integrantes de la llamada Escuela del Río Hudson cuyos miembros más destacados fueron Asher B. Durand, William Cullent Bryant y Thomas Cole. Ellos tres crearon una importante escuela que tuvo diversos seguidores, entre ellos el pintor Frederic Edwin Church (1826 – 1900), quién es el autor de esta tela que representa uno de los paisajes más emblemáticos, todavía hoy, de los Estados Unidos. Nos referimos a las cataratas que forma el río Niágara haciendo frontera entre tierras estadounidenses y canadienses.
Este paisajista volcó en sus vistas algo más que la plasmación de la naturaleza más salvaje del país. Esas tierras de una potencia visual tan enorme actuaban para él como una expresión de su fe en la fuerza dada por Dios. De alguna forma vinculaba esos paisajes con una especie de misión en la que el Nuevo Mundo se encaminaba a la redención, pensaba que América tenía un destino sagrado con el que cumplir. Esto es algo que expresó con palabras en más de una ocasión y que inspiró muchas de sus obras.
Frederic Edwin Church era un pintor meticuloso y detallista, y eso se refleja en su obra «Las cataratas del Niágara». La pintura es un estudio cuidadoso de la luz, el color y la textura, y Church pasó mucho tiempo estudiando y dibujando el paisaje antes de comenzar a pintar. Su objetivo era capturar la majestuosidad y la belleza de la naturaleza, y lo logró con maestría en esta obra.
La pintura «Las cataratas del Niágara» es una de las obras más famosas de Church y es un ejemplo perfecto de su habilidad para capturar la belleza y la majestuosidad de la naturaleza. La pintura muestra las cataratas en todo su esplendor, con el agua cayendo en cascada sobre las rocas y el arco iris formándose en la bruma. La pintura es un testimonio de la habilidad de Church para capturar la belleza y la majestuosidad de la naturaleza.
Un buen ejemplo de ello es este lugar icónico del arte y del paisaje norteamericano. A la belleza y brutalidad de ese paraje, Church le consigue aportar una indudable monumentalidad con su representación. En ese sentido va encaminado un formato tan exageradamente apaisado y alargado para esta tela que realizó en 1857.
En ella plasma todo el curso de este gran río fronterizo que separa Estados Unidos y Canadá. Eligiendo un punto en el que se aprecia la enorme curva de herradura que traza su cauce. Le concede todo el protagonismo a la colosal fuerzas del agua, capaz de quebrar la tierra como vemos en la franja de terreno que cruza la imagen en horizontal.
Es un panorama gigantesco, monumental, digno del espectáculo natural que se contempla y se escucha al ver las cataratas del Niágara en persona. Sin duda ha querido trasladar todas esas sensaciones a la obra. Pero parece aportar además una sensación de milagro natural, de mostrar un paisaje virgen que ha sido elegido como símbolo de un país y de un pueblo destinado a lograr grandes cosas, incluso a redimir el mundo como se aseguraba en la época.
Pero más allá de esa carga de espiritualidad y de nacionalismo, queda claro que el cuadro es de una contrastada calidad pictórica. Eso queda claro al observar parte como el cielo teñido de tonos violetas o el tramo de arco iris que se difumina entre la bruma que levanta el salto de agua. Church, con su habilidad y su pasión por la naturaleza, logró crear una obra que no solo es una representación fiel de un paisaje, sino también una obra de arte que trasciende el tiempo y sigue siendo relevante y admirada hoy en día.