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Louis Auguste Schwiter de Delacroix

Publicado por A. Cerra

Louis-Auguste Schwiter de Delacroix

En 1825, Eugene Delacroix vendió al Estado francés por una buena cantidad de dinero su cuadro la Matanza de Quios que hoy cuelga en el Museo del Louvre de Paris. Y con ese patrimonio decidió hacer un viaje a Inglaterra para ver de primera mano obras que le atraían como las de John Constable que había descubierto en alguna exposición en Francia.

Emprendió el viaje en compañía de dos acuarelistas ingleses: Richard Bonington y Thales Fielding. Con ellos visitó diversos museos de Londres y también le adentraron en el mundo teatral y de la poesía inglesa. Y a la vez conoció a otros creadores británicos, entre ellos Thomas Lawrence célebre por sus retratos de las clases altas.

La influencia de Lawrence es más que evidente que en este otro retrato que hizo a Louis Auguste Schwiter, una obra que realizó entre 1826 y 1827 una vez que había regresado a París, pero que casualmente hoy en día forma parte de la colección de pintura romántica de la National Gallery de Londres.

Es un retrato prácticamente a tamaño natural hecho a un amigo de toda su vida, que también era pintor, aunque aquí posa como caballero. Vestido elegantemente y plantado en la que parece ser la terraza o jardines de una suntuosa propiedad.

Hay detalles de color sumamente destacados. En principio el negro del traje del personaje, situado en el centro y ocupando todo el eje vertical podría dominarlo todo. Pero Delacroix, como el gran colorista que fue, juega con los tonos. Por ejemplo, a la izquierda hay un enorme jarrón chino azul que todavía potencia el forro rojo del sombrero que porta en la mano Schwiter. Al igual que el repertorio de verdes del fondo y del cielo nublando aíslan de manera muy efectiva la figura del retratado.

Él tiene una pose moderna y firme, verdaderamente de aire muy británico. Y lo cierto es que nos puede parecer un cuadro muy interesante. Sin embargo para los estándares de su época resultó una obra fallida. Es un cuadro formal pero a la vez poco convencional, además conforme uno se acerca descubre la enorme libertad en la pincelada de Delacroix que tiene algo de inacabada. A día de hoy, eso se juzga como un rasgo de genialidad y maestría, pero en su momento no se comprendió. De hecho, cuando presentó la obra al Salón de París en 1827 no fue admitido para que formara parte de la exposición. Un claro ejemplo de cómo evolucionan no solo los gustos y las modas, también los criterios para valorar el arte.