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Muchacho riéndose de Frans Hals

Publicado por A. Cerra

Muchacho riéndose de Frans Hals

En los muchos cuadros que ya hemos descrito en La Guía 2000 hay muy pocos ejemplos de retratos en los que aparezcan las personas riendo abiertamente. No es una pose nada habitual, y menos aún en la pintura de hace siglos, cuando los modelos posaban durante horas frente al pintor y preferían pasar a la posteridad con actitudes más solemnes.

Además es relativamente fácil captar el momento de una carcajada mediante la fotografía, pero es muy complicado hacerlo mediante la pintura. Nadie puede estar riéndose durante mucho rato, ni siquiera simularlo sin que resulte una pose falsa y hasta ridícula.

Para captar una instante de risa con la pintura, hay que tener una enorme maestría, y sobre todo ser un pintor muy, muy rápido. Y desde luego el holandés Frans Hals ha sido uno de los retratistas más superdotados y rápidos de la historia. Además de que a él le gustaba plasmar en sus cuadros la alegría de vivir. Eso se puede ver en algunos de sus retratos como por ejemplo La gitana o la efigie de Pieter van der Broecke, donde los personajes están inmortalizados con una cautivadora sonrisa.

Sin embargo en este pequeño lienzo de formato circular que pintó hacia el año 1625 y que hoy se expone en el Museo Mauritshuis de La Haya, la capital de los Países Bajos, el genial pintor barroco va un paso más allá, y nos muestra un niño riéndose, casi carcajeándose. Lleva el pelo alborotado, despeinado y sucio. También la ropa se intuye de la calle. Y al reírse le salen todas las arrugas propias de esa expresión, algo de lo que huiría cualquier retratado en edad adulta.

Y por si fuera poco, al reírse le vemos los dientes, tremendamente sucios. Lo cual era habitual en la época, dadas las escasas medidas de higiene del momento. Aunque él al menos tiene todas la piezas de la dentadura, algo muy extraño en el pasado.

En definitiva, que es un pintura pequeña pero de enorme valor para conocer como trabajaba Hals. Le gustaba la realidad y la alegría, y la sabía retratar con rapidez y precisión. Para ello usaba pinceladas grandes y amplias, dando color y forma al mismo tiempo. Sin olvidar que todo lo pintaba con enorme naturalidad. Tanto que sin duda vemos aquí un niño auténtico del siglo XVII, con su alegría infantil, su corte de pelo a trasquilones y su ropa arrugada.

A lo largo de su carrera pintó en varias ocasiones a gente riéndose, y curiosamente a varios niños. Aunque también supo captar personajes en esa actitud en sus habituales escenas de músicos o de actores de la época.