Mujer de negro en la ópera de Cassat
Mary Cassat (1844 – 1926) es otro de esos raros ejemplos de mujer artista que ha pasado a la historia. Y con el añadido además de que alcanzó ciertas cotas de triunfo durante una época, la del Impresionismo, en la que también hubo otra mujer que destacó en el arte de la pintura como fue Berthe Morisot con obras como La cuna o Mujer joven sentada en un sofá.
Y por si fuera poco ser mujer para alcanzar el éxito en las arte, Mary Cassat provenía de Estados Unidos, un país que por aquel entonces tan apenas contaba con tradición de artistas que tuvieran reconocimiento alguno en Europa. Si bien es cierto, que por esos mismos años de entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, hubo otro pintor estadounidense de mucho talento, John Singer Sargent, autor también de cuadros impresionistas como su Perseo.
Pero volviendo a Cassat. Fue una pintora que trabajó como discípula de Edgard Degas, y que llegó a exponer con el grupo de los impresionistas de más fama y prestigio. Ella en realidad provenía de una acaudalada familia de Pensilvania y desde joven mostró su afición y facilidad para los pinceles. Por ello estudió Bellas Artes, sin embargo cuando decidió que quería ser artista, su familia no la apoyó en absoluto. Así que un buen día decidió abandonar su país natal y viajar a París, lugar en el que prácticamente viviría el resto de su vida y donde realizó sus principales creaciones. Y posiblemente una de sus mejores obras sea esta Mujer de negro en la ópera, ejecutada por la pintora en el año 1874.
Es una imagen que da que pensar, o más bien nos invita a jugar. Porque nos presenta a una mujer, vestida con sumo recato, sentada en el palco de un teatro y observando con sus pequeños prismáticos. Pero al mismo tiempo, ella misma es observada. ¿Por quién? Por nosotros, los espectadores que vemos a una espectadora. Pero aún va más allá la pintora, y en uno de los palcos se distingue a un hombre que también con los prismáticos está vigilando y mirando a la mujer. ¿O es a nosotros?
Esto en cuanto a la imagen en su conjunto, pero luego hay que analizarla compositivamente. Realmente el esquema de composición para el lienzo es todo un alarde de originalidad. Porque prácticamente la mitad derecha de la tela está ocupada por el negro volumen de la mujer en un rigurosísimo primer plano. Ella nos da su perfil, de manera que podemos observar el teatro, sencillamente presentado en la curva que hacen los palcos. Una línea curva que le da dinamismo al cuadro, identifica de forma inmediata el lugar donde se sitúa la escena y nos dirige la mirada queriendo encontrar el mismo punto al que mira la protagonista del cuadro, que puede ser el propio escenario o quizás otro palco en el que busca a su amado o a una rival.