Paisaje con San Jerónimo de Patinir
Joachim Patinir, autor de obras como La Laguna Estigia o la Huída a Egipto para muchos historiadores del arte es el gran iniciador de la pintura de paisajes. Eso sí, todavía teniendo algún tema o personajes como excusa, pero dedicando la mayor parte de la superficie del cuadro a representar un paisaje y dejando a esos personajes como algo casi accesorio.
Así ocurre es este óleo pintado sobre tabla titulado Paisaje con San Jerónimo, una obra que pintó en 1515 y que se conserva en el Museo del Prado de Madrid.
La panorámica está pintada desde un punto de vista alto. Al principio la mirada se detiene en el primer plano, donde está la gruta de San Jerónimo. Pero inevitablemente los ojos se van deslizando por el inmenso paisaje que ha representado hasta llegar al lejano horizonte, extraordinariamente alto y que tan solo deja una estrecha franja de cielo.
En realidad todo ese espacio el pintor lo aprovecha para incluir detalles vinculados con la hagiografía de San Jerónimo. Así por ejemplo se ve un monasterio en altiplano. Mientras el santo está ensimismado y dándole la espalda a todo ello en esa singular cueva, en la que se dedica a quitarle una espina a la zarpa de un león, que milagrosamente no le hará nada.
Está claro que el paisaje que pinta Patinir no se corresponde con ninguno real. Ha seleccionado elementos de aquí y de allá para unirlos y plasmar un entorno total, con bosques, campos de labor, una población, montañas, un lago, el monasterio, un lago, etc. El santo no lo mira, ha renunciado a todo eso y prefiere vivir en soledad en comunión con la naturaleza. Ha llegado ahí tras un largo camino que viene representado por esa senda que se ve desde la cueva, una senda que es el escarpado camino de virtudes que ha tenido que salvar.
En realidad eso es lo que quiere pintar el artista, y para ello compone este maravilloso paisaje, tan colorido como fantasioso. En el que además no faltan detalles muy interesantes, como el asno que va cargado de leña o una caravana de camellos. Aunque quizás lo mas curioso es que a la entrada de la gruta, se ve una cruz apoyada en la roca y al lado una calavera, símbolo inequívoco de que la vida es finita y todos hemos de morir.
No obstante, el principal motivo por el que se admirar a Joachim Patinir, tanto en su época como en la actualidad es por su capacidad para recrearse en el paisaje cuando nadie se había atrevido a darle tantísimo protagonismo.