Virgen con el Niño, con San Juan Bautista y San Jerónimo del Parmigianino
El verdadero nombre de este artista fue Girolamo Francesco Maria Mazzola, pero al haber nacido en la ciudad de Parma, eligió el sobrenombre de Il Parmigianino (1503 – 1540). Y precisamente fue en Parma donde dio sus primeros pasos como pintor, ya que tras quedarse huérfano, fueron sus dos tíos pintores los que lo criaron y le dieron sus primeras nociones sobre arte.
No obstante, su talento y personalidad pronto le llevaron a Roma, e incluso fue capaz de presentarse ante el Papa Clemente VIII con solo 21 años para mostrarle un sorprendente autorretrato.
Ahí en Roma, entre los años 1526 y 1527, realizó este cuadro pintado al óleo sobre una tabla de chopo. Una obra que por su forma alargada está concebida ex profeso para una capilla concreta de la parroquia de Cittá di Castello.
Se cuenta que este pintor cuando comenzaba a pintar parecía casi poseído y se abstraía por completo del resto del mundo. De hecho, la leyenda dice que mientras realizaba esta obra se produjo el episodio del saqueo de Roma por parte de los ejércitos imperiales. E incluso los soldados llegaron a entrar al lugar donde estaba pintando Parmigianino, pero lo vieron tan volcado en su obra y les conmovió tanto que le dejaron seguir con su trabajo.
La tabla tan alargada no es el único elemento que se debe a las características de la capilla donde iba a colocarse. Es mucho más remarcable el estudio de la luz que hizo el pintor. De forma que tuvo en cuenta la ubicación de una ventana en lo alto de la capilla, para simular la iluminación de la luz natural en la escena. Aunque quizás la iluminación más llamativa es la que emite la Virgen María en la parte alta de la escena.
Y además hay que destacar los juegos de gestos y posturas de los personajes. Comenzando por el propio Niño Jesús sentado sobre el regazo de su madre, que nos puede parece que da una patada con su pie izquierda para meterse en nuestro espacio. Al igual pasa con el airoso modo de levantar el brazo derecho San Juan Bautista. Mientras que San Jerónimo aparece tumbado en un atrevido escorzo. Una postura que más que natural es de absoluto agotamiento tras el tiempo de vigila que ha pasado.
Lo cierto es que la obra no es nada sencilla de ejecutar. Dos santos más la Madonna con el Niño, y todo en una superficie muy estrecha y alargada. Se sabe que Parmigianino hizo numerosos estudios para dar con la solución, algo para lo que le echó una mano uno de sus referentes pictóricos: Correggio. Si bien también se nota que había estudiado y admirado el trabajo de Rafael y de Miguel Ángel, sus dos grandes modelos a seguir.