Piedad, Perugino
La Italia renacentista estuvo dominada por el pensamiento humanista, grandes genios de todas las facetas artísticas y científicas expusieron sus trabajos y saberes a una sociedad que paulatinamente iba desligándose del yugo excesivo que la religión y la iglesia había ejercido a lo largo de los años en la Edad Media; sin embargo, pensar que en el renacimiento los hombres de ciencia tan sólo se guiaban por la ciencia es un pensamiento equívoco. Durante el periodo renacentista muchos pensadores involucrados con la religión tuvieron un fuerte poder en la sociedad de su época, algo que también se deja ver en el mundo del arte.
A finales del siglo XV, concretamente entre los años 1493 y 1494, el artista renacentista Perugino pintó una Piedad en la que se puede apreciar la influencia que el pensamiento de Savonarola ejerció sobre el artista. Perugino (1448 – 1523) pasará a la historia por haber sido el maestro de uno de los mayores genios del Renacimiento, Rafael de Sanzio, pero lo cierto es que, como artista, Perugino cosechó numerosos éxitos siendo uno de los artistas más destacados del Alto Renacimiento.
A las afueras de las murallas de Florencia se hallaba el convento de los Ingesuati de San Giusto, que le encargó al artista una Piedad con la que decorar su templo. En su lienzo Perugino deja patente las enseñanzas de Savonarola con un lienzo sobrio, alejado de cualquier tipo de opulencia y que enlaza muy bien con el dramatismo Apocalíptico que predicaba el dominico.
Nos encontramos con una escena enmarcada en una arquitectura sobria y de estilo clasicista, una especie de logia con arcadas de medio punto sujetadas por pilastras toscanas. En el centro de la arcada principal encontramos a la Virgen María que sujeta el cuerpo sin vida de Jesucristo en su regazo, a los pies aparece María Magdalena y sujetándole la espalda San Juan Evangelista. Completando la composición aparecen Nicodemo y José de Arimatea.
La composición presenta una gran simetría con personajes que se disponen a uno y otro lado equilibrando las fuerzas. Los colores fríos dominan el escenario y las figuras, pese a ser contenidas presentan una gran solemnidad. El naturalismo de la escena ha quedado relegado en pro de unos personajes demasiado grandes que no encajan con el resto de la escena.