Recuerdo de Italia de Corot
Jean Baptiste Corot es uno de los más grandes paisajista de la pintura francesa del siglo XIX, y aunque nos ha dejado muchas obras inspiradas en su país natal, también es cierto que un elevado número de sus pinturas representan paisajes de tierras italianas, como es el caso de esta obra Recuerdo de Italia o la vista del Castillo de Sant’Angelo en Roma. Y es que este artista entre 1825 y 1828 residió en el país transalpino, como tanto artistas de su generación, que viajaban hasta Italia para adquirir una sólida formación y conocer en primera persona las obras de los grandes artistas de los siglos precedentes.
De hecho, Corot quedó completamente fascinado por la luz de Italia, y volvió a viajar allí posteriormente en los años 1834 y 1843. Pero curiosamente esta tela la pintó en 1864, ya aparece la fecha en la propia obra. Es decir, 21 años más tarde de su última visita, lo que muestra bien a las claras la huella que los paisajes italianos dejaron en su mente y su arte.
También en Italia conoció a otro de los grandes paisajistas franceses, Claude Lorrain. Ambos artistas tienen muchos puntos en común y uno de ellos es que se especializaron en pintar paisajes con la hora del amanecer o del atardecer.
En este caso nos presenta la imagen con la luz de las primeras horas del día. Una luz que provoca intensas sombras y que se va filtrando entre las hojas de la densa vegetación. La luz es muy importante en su pintura y en este caso se puede ver como el mayor foco luminoso de la tela se encuentra en el centro de la misma, en un punto indeterminado entre las montañas y el bote que se ve en la orilla. Una luminosidad que contrasta con la zona de la ribera que aún está en penumbra.
Como buen pintor influido por el espíritu del Romanticismo de su época, creaba este tipo de paisajes a partir de un escenario real, pero lo modificaba a su antojo para que le sirvieran para transmitir los sentimientos y sensaciones que vivió en el momento en el que los visitó.
Su maestría pictórica es innata. Es capaz de perfilar con exquisito cuidado los arbustos, las hojas o los troncos. No descuida en absoluto los detalles y la precisión, pese a la bruma en la que está envuelto el lugar. Para ello se basaba en los apuntes tomados del natural y que luego reelaboraba concienzudamente en su taller.
Pero además de esa pincelada precisa y meticulosa también es capaz de crear fantásticos efectos lumínicos. Por ejemplo, aquí la bruma la crea a partir de la superposición de veladuras de varios pigmentos hasta que logra el efecto deseado. Emplea para ello pocos colores, verde para la vegetación, marrones para la madera, violetas para el cielo y amarillos para la luz. Solo hay tonos un poco vivos en algunas florecillas, y es que Corot consideraba que el color era un “encanto suplementario” y que había de ser discreto en su uso.