Retrato de Miss Haverfield de Gainsborough
Este lienzo lo pintó el artista inglés Thomas Gainsborough hacia el año 1780 y se encuentra expuesto en las paredes de la Colección Wallace de Londres.
La imagen es de lo más rococó de la pintura inglesa. Vemos a una niña, una joven dama, ataviada con ropas de alta alcurnia, y simplemente nos la presenta anudándose la cintas de su capa. Es de supone que está terminando de vestirse para salir de paseo. Algo tan mundano y cotidiano como eso, pero sin embargo Gainsborough poseyó una capacidad innata para dotar a este tipo de imágenes de un enorme encanto. Algo que se manifiesta en su amplia producción de retratos como los del Señor y la señora Andrews o de la Dama en Azul.
Por otra parte este tipo de escenas infantiles, en las que vemos a niños de la clase social más alta de Inglaterra son bastante habituales entre los pintores británicos de esa época. Y si no baste compara el cuadro de Miss Bowles con su perro realizado por su contemporáneo Joshua Reynolds y que ese encuentra expuesto en la misma Colección Wallace londinense.
No obstante, Thomas Gainsborough fue un pintor diferente a otros grandes de su época. En realidad se trata de un talento natural, un superdotado para la pintura, que nació en el entorno rural de Suffolk y sencillamente su maestría con los pinceles hizo que con el paso del tiempo la burguesía y aristocracia británica requiriera sus servicios.
Pero él fue un verdadero autodidacta. Por ejemplo, nunca pensó en viajar hasta Italia como hacían otros artistas coetáneos para aprender la tradición del arte. Nunca tuvo la pretensión de conocer en profundidad la obra de los grandes maestros y mucho menos parecer un intelectual. El objetivo de Gainsborough era sencillamente pintar de forma muy vivaz y todo lo espontánea que pudiera, para lograr como resultado retratos llenos de naturalidad como este Retrato de Miss Haverfield.
Para ello poseía, en primer lugar una mirada certera hacia el objeto de su pintura, y luego tenía su tremenda habilidad, que especialmente se manifiesta en una pincelada brillante como pocas. En cualquiera de los detalles de esta obra se puede descubrir esa maestría. En la calidad de un cutis infantil que inmediatamente transmite frescura, en los brillos de la capa o en los adornos tan pomposos del sombrero.
Esa calidad de sus retratos hizo que fuera un artista muy demandado, aunque lo que a él le hubiera gustado de verdad era retirarse a su querida campiña y dedicarse a pintar paisajes. Sin embargo, cuando lo lograba, este tipo de cuadros no conseguía venderlos y la gran mayoría de sus obras con esta temáticas se quedaron en esbozos y bocetos para su propio entretenimiento.