Retrato de una dama de Rogier van der Weyden
Aunque algunos críticos han tratado de identificar a esta dama con Marie de Valengin, hija de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, lo cierto es que no se puede asegurar que sea ella a la que retrató Rogier van der Weyden hacia el año 1460. Eso sí, como es habitual en el autor del gran cuadro de El Descendimiento, aquí se nos vuelve a mostrar como un pintor magistral.
El flamenco van der Weyden (1399 – 1464) usó en esta obra un recurso similar al que había utilizado en su obra más genial. Tanto aquí como en El Descendimiento recurre a un fondo neutro para que nada distraiga la mirada, la cual en este caso se concentra inevitablemente en los hermosos rasgos de esa mujer. Hermosos, pero también algo perturbadores. Parece como que la mujer no quiera mostrarse por completo y oculte algo, aunque la capacidad innata del pintor ha sabido bucear en su carácter para plasmar esa personalidad reservada. Solo con fijarnos en como aprieta sus manos y sus dedos comprendemos que es una señora que no disfruta con esa exposición pública.
Sin duda sería una dama de alta alcurnia, pero en cambio aparece con enorme modestia. Sin adornos en su vestir y con la mirada baja, sin mirarnos, ni a nosotros ni al pintor. Esa actitud reservada, es la perfecta para que van der Weyden componga esta imagen basada en formas geométricas. Si nos fijamos bien se descubre que el rostro es un óvalo, el escote un triángulo, y el velo o el cinto se componen con rectángulos. Todo son líneas que se convierten en algo vivo gracias a la iluminación.
Y en cuanto a su belleza nos regala un icono de la moda del gótico flamenco, tanto por el peinado recogido como por la frente rasurada para que parezca más larga. Sin maquillaje y con una tez muy blanquecina. Lo cual contrasta todavía más con el fondo oscuro y el propio traje negro, al que aporta una nota de color en la parte baja, tanto las manos como el cinturón rojo con una hebilla dorada.
El pintor había trabajado en décadas anteriores muchas obras de temática religiosa, tanto par templos como de uso devocional más personal. Sin embargo en los últimos años comenzó a cultivar los retratos, y se descubrió como un auténtico maestro a la hora de concentrar toda su maestría en la representación natural de las facciones de los retratados, y sobre todo saber volcar en esa imagen las personalidades de sus modelos.
En definitiva es una obra maestra del pintor renacentista Rogier van der Weyden y como tal se expone este pequeño óleo (37 x 27,5 cm) en la National Gallery de Washington, en los Estados Unidos.