Rocas de Jávea y bote blanco de Sorolla
Joaquín Sorolla y Bastida (1863 – 1923) es el gran pintor del mar Mediterráneo, a cuyas orillas valencianas había nacido. De hecho lo pintó en numerosas ocasiones desde su propia ciudad, como una de sus obras más carismáticas: La playa de Valencia con luz matinal.
Sin embargo, la atracción que sintió hacia ese mar la plasmó desde muchos otros lugares. Por ejemplo la localidad costera de Jávea, a donde llegó por primera vez en el año 1896. Y a donde regresó en repetidas ocasiones a lo largo del tiempo, la última de ellas en 1905 cuando pintó el óleo que aquí os mostramos y que forma parte de la colección del Museo Carmen Thyssen en Málaga.
El lugar sencillamente le fascinaba. Así lo dejó por escrito en diversas cartas que le escribió a su esposa. Le encantaba por la claridad del mar, y por las vistas que consideraba enormes y sublimes. Además reunía en muy poco espacio tanto el mar como la montaña. El sitio según sus propias palabras le hacía enmudecer de emoción.
Por eso no es extraño que en el verano de 1905 decidiera irse ahí con toda su familia y dedicarse a pintar esos parajes una y otra vez. El objetivo era preparar la siguiente exposición que tenía programada en París. Este es uno de los óleos que surgieron de aquella estancia en la que buscaba “el más difícil todavía” a la hora de pintar la costa mediterránea. Y donde se muestra como un auténtico maestro de la luz y del color. Eso sí, usando pocos tonos en su paleta. Aunque los suficientes para generar un sinfín de contrastes y acordes.
Además le apasiona pintar esa luz deslumbradora del Levante español, algo que plasma con sus características pinceladas de blanco y con los reflejos dorados que son casi un sello del pintor. Sin olvidar recrearse en la viveza marina, ya que si viene el Mediterráneo es un mar extraordinariamente calmado, casi aburrido, él sabe darle vida deteniéndose en los efectos de sus suaves olas o la espumar del mar.
Todo el verano se recreó en estos detalles y en las vistas marinas desde la población de Jávea, y ellas fueron las grandes protagonistas de su exposición en París. De hecho, muchas de esas obras ya no regresaron y fueron vendidas a acaudalados coleccionistas europeos. No obstante, para los críticos la mejor de todas las telas que componen ese ciclo de pinturas de verano fue este óleo de Rocas de Jávea y el bote blanco, en la que Sorolla no nos cuenta absolutamente nada. Pero aún así la imagen actúa como un imán para los ojos del espectador gracias al delicado cromatismo del conjunto y a una composición muy atrayente.