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Viernes Santo en Daisy Nook de Lowry

Publicado por A. Cerra
Viernes Santo en Daisy Nook de Lowry

Viernes Santo en Daisy Nook de Lowry

Esta es una obra Laurence Stephen “L. S.” Lowry, un artista británico (1881- 1976) cuyo estilo en muchas ocasiones se ha catalogado como de pintura naif. Es decir, creador de obras muy sencillas, y de apariencia infantil. Sin embargo en este lienzo pintado al óleo en 1946 y que en la actualidad forma parte de los fondos de la Colección de Arte del Gobierno Británico, se nos muestra como un artista muy poderoso, y la construcción de la obra poco tiene que ver con los dibujos de un niño.

Se podría decir que esta obra está llena de sofisticada poesía, y todo en ella está colocado con una precisión geométrica, con el objetivo de dotarla de dinamismo. De hecho, al contemplar el cuadro puede llegar a parecer que ese inmenso número de figura humanas se están moviendo y paseando por la superficie de la tela. Y todo ello es fruto de la organización de la imagen.

El tamaño de las figuras que se distinguen en primer plano, mayores que el resto y con más espacio a su alrededor, sirven para dar la idea de perspectiva en esa explanada. Mientras que al fondo, cada figura comienza a formar parte de un todo, ya no hay espacio circundante alrededor de cada personajes y se convierte en una masa, aunque sabemos perfectamente que está compuesta por individuos.

Es curioso comprobar cómo L. S. Lowry ha renunciado por completo a dotar de sombras a la figuras, y lo cierto es que si hubiera dado sombras, la escena se hubiera convertido en un auténtico caos. Los pocos espacios en blanco que existen hubieran desparecido por completo, y como consecuencia se hubiera perdió la imagen pictórica. Como dato curioso, para los tonos más blancos de la pintura, el artista experimentó antes con diferentes tonos, y finalmente optó por usar un color blanco en el que confiaba que unos veinte años después alcanzara su tono definitivo y cuadrara a la perfección con el resultado final que él mismo buscaba.

Nos presenta una muchedumbre, y sin embargo, sin que se detenga en plasmar ningún detalle de cada una de las figuras, consigue transmitir una sensación de alegría. Esto es todo un logro de esta pintura.

Lowry tenía un talento especial para dominar de forma magistral las cuestiones del color, y ello pese a que en este caso su paleta de tonos se reduce casi a la mínima expresión. Para todo este cuadro tan solo usó negro, blanco y los colores primarios, es decir, azul de Prusia, rojo bermellón y amarillo ocre. Pero los supo combinar de semejante forma que no le hicieron falta más colores para crear esta singular obra con un estilo tan personal que se convierte en inclasificable, teniendo en cuenta las rompedoras corrientes vanguardistas de mediados del siglo XX.