Virgen con San Francisco de Cimabue
Unos cincuenta años después de la muerte de San Francisco de Asís, el artista Cimabue recibió el encargo de pintar diversos frescos en la basílica del santo. Un templo donde unos años después también iba a pintar otros de los artistas previos al Renacimiento, como fue Giotto.
El caso es que hacia el 1280 ó 1282 pintó allí Cimabue la Virgen con el Niño acompañada por San Francisco y cuatro ángeles. Una pintura al fresco que es una evolución del estilo del artista respecto a su obra más famosa: la Virgen en Majestad.
En la primera obra, hay una atmósfera propia de los mosaicos bizantinos. Mientras que en el fresco de Asís se puede apreciar cierta intimidad en la escena. Si bien, todavía tiene un carácter muy de divinidad, propio de la iconografía más medieval, y ciertamente no transmite excesiva humanidad. Si bien es cierto que se trata de figuras mucho más realistas que en la pintura precedente.
Y no solo eso, sino que hay un toque expresivo, de emoción contenida, siempre con un tono de tristeza. Todos los rostros, incluso la bella Virgen María, nos transmiten esa idea, a lo cual sin duda ayuda mucho el colorido regido por azules y verdes de la escena.
La figura de San Francisco es claramente distinguible a la derecha de la escena. Aparece con su austero hábito franciscano, sin calzado y mostrando sus estigmas en manos y pies. Mientras mira directamente al espectador de la pintura. Nos mira a nosotros que contemplamos las pintura, pero no tiene contacto alguno con el resto de personajes. Ni con la Virgen, ni con los angelotes que también miran a los fieles.
Así como tampoco se interrelacionarían todos ellos con una figura del fresco que fue destruida. Se trataba de San Antonio de Padua, al cual estaría a la izquierda de la escena, para equilibrarla, ya que estaría en una actitud similar a la de San Francisco.
Por cierto, ya hemos dicho que el San Francisco real había fallecido en 1226 y se cuenta que el rostro que pintó Cimabue era extraordinariamente parecido al de aquel monje. Y es que siempre se ha dicho que antes de pintarlo, el artista se preocupó por informarse y documentarse hablando con gente que supuestamente lo había visto en vida. Si bien es cierto que ya habían pasado más de cinco décadas de su fallecimiento, y no habría muchas personas que lo hubieran conocido en carne y hueso ya que la media de vida en el siglo XIII era mucho más baja que en la actualidad. Y además también sería difícil que recordaran su rostro con nitidez. Sin embargo, no hay que olvidar que San Francisco de Asís es seguramente el santo más querido en Italia, y por lo tanto todo aquello que lo rodea tiene un aura sacra que muchas veces es difícilmente explicable.