Visión de san Pedro Nolasco según Zurbarán
Esta obra en la que vemos a san Pedro Nolasco teniendo una verdadera visión religiosa la realizó Francisco de Zurbarán en el año 1629 y en la actualidad se conserva en el museo del Prado de Madrid.
La obra en ocasiones también viene citada con el título de “Visión de la Jerusalén Celestial”, y por las características formales y por los datos históricos que tenemos se puede confirmar que forma pareja con otra obra del mismo autor titulada la Aparición de san Pedro a un santo homónimo. Ambos cuadros fueron pintados en las mismas fechas y con el mismo destino: el claustro del convento de la Merced.
Y de hecho el mensaje que el autor quiere lanzar con estas imágenes religiosas es el mismo. Su propósito es representar sin retórica alguna los momentos más elevados del alma, esos momentos en los que los más místicos alcanzan el éxtasis contemplativo.
Se trata de una obra de juventud del propio Zurbarán, ya que las realizó apenas con treinta años, no obstante ya se pueden ver claramente algunas de las características que dominarán toda la producción pictórica de este maestro del arte barroco que sobre todo se especializó en la realización de escenas de temática religiosa y conventual.
Como en muchas otras telas de Zurbarán en este caso ilumina la escena con suaves matizaciones de carácter tenebrista, aplicadas a partir de una luz blanca y diáfana que se tiñe por un suavísimo y ligero “rosicler” de aires crepusculares. En definitiva, con estos personalísimos efectos lumínicos Zurbarán es capaz de resaltar de forma extraordinaria las formas corpóreas de los personajes, confiriéndoles aires de monumentalidad, y casi de tridimensionalidad a las dos dimensiones propias de un arte como la pintura.
El arte de Zurbarán es propio de su tiempo, el Barroco, y sin embargo al mismo tiempo es un arte diferente del de sus contemporáneos sevillanos y españoles en general. Él nos presenta un arte austero y se aleja de la habitual pompa de otros artistas. Zurbarán quiere representar la religiosidad más severa y sin ninguna retórica, y para ello utiliza algunos elementos que son constantes a lo largo de su vida. Uno de estos elementos es su característico color blanco, y otra de esas constante es que en muchas ocasiones prescinde de los fondos arquitectónicos y opta por fondos mucho más neutros que le sirven para concentrar toda la atención en los motivos principales de sus pinturas.
Pero como ya se ha dicho, es un pintor de su tiempo y se pueden ver cualidades propias del arte barroco, o más concretamente de la pintura tenebrista. Aunque se trata de un tenebrismo muy personal. En el caso de Zurbarán sus figuras son las que irradian una vivísima luz, y su presencia y gestos son tan rotundos que hacen que al observarlos nos olvidemos de los elementos anecdóticos y nos concentremos únicamente en lo intemporal y universal de la experiencia religiosa. Por ello no es de extrañar que a lo largo de su vida tuviera un enorme éxito entre los posibles encargantes de la iglesia, especialmente en varios conventos, para los que realizó ciclos completos de santos y santas.