Capilla del Rosario de Matisse
El pintor Henri Matisse en 1941 tuvo que ser intervenido quirúrgicamente para atajar un cáncer intestinal. Semejante operación supuso un largo periodo de convalecencia en el que tuvo que contratar una enfermera particular. Esa mujer fue Monique Bourgeoisle, con la que comenzó a trabar una sincera amistad.
Además los caminos de ambos se iban a volver a juntar unos años después, cuando el pintor se estableció en Saint Paul de Vence, un pueblo de la Provenza. Mientras que ella, que ya había ingresado como monja y cambiado su nombre por el de hermana Jacques-Marie, fue destinada a un convento en esa misma población.
El caso es que aquel convento dominico estaba en un estado deplorable y no tenía ni una buena capilla, ya que hacían las ceremonias en un garaje. Sin embargo, cuando la monja le comentó esta situación al pintor, Matisse decidió subvencionar una nueva capilla y crear para ella todos sus elementos. Y eso que el artista era un ateo confeso, pero la amistad y un nuevo reto creativo le animó a ello.
El resultado es esta Capilla del Rosario en Saint Paul de Vence de 1951 donde las vidrieras, los murales cerámicos, el altar, e incluso elementos externos como la cruz del campanario está creados por Matisse. Y eso que para entonces el estado de salud del pintor era bastante delicado, de hecho hay fotografías en las que se le ve trabajar postrado en la cama. Un trabajo en el que iba a contar con la inestimable ayuda de Lydia Delectorskaya, la cual con los años no solo se había convertido en su modelo favorita, su amor y su ayudante.
De esta manera, Matisse creaba los diseños. Por ejemplo, para las vidrieras se realizaban gouaches découpés, que era trozos de papel pintados que su ayudante luego tenía que ordenar en la posición correcta, para proporcionarles la base a los artesanos del vidrio que luego la materializaban. Y lo mismo pasaba con las cerámicas. Matisse tan solo hizo los dibujos previos para que luego otros pintores de su confianza los pudieran trasladar a los baldosines.
De este modo se realizaron unos murales de cerámica blanca con las ilustraciones a base de un grueso trazo de color negro. Hay varios murales. Uno frente al altar que representa el Via Crucis, y en otro muro contiguo hay otras escenas como una Madonna o Santo Domingo. Siempre figuras esquemáticas y en blanco y negro, lo cual es toda una maravilla tratándose de Matisse, el gran referente del color y del Fauvismo gracias a sus obras más emblemáticas como La Danza.
Donde sí hay color es en el conjunto de vidrieras. En ellas usó tres colores distintos: amrillo, verde y azul (sol, vegetación y mar). Con ella hace su particular interpretación del Apocalipsis de San Juan, en donde destaca especialmente su “Árbol de la Vida”, gracias a sus coloridas formas que recuerdan las de las hojas, la cuales bailan, flota o parecen mecidas por el viento y la luz. Además de que consigue bañar el interior del templo de una atmósfera muy alegre y especial. Seguramente ese es el gran logro de esta obra de madurez, donde Matisse pinta con la luz todo un espacio de recogimiento y también de alegría.