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La reconciliación de David y Absalón de Rembrandt

Publicado por A. Cerra
La reconciliación de David y Absolón de Rembrandt

La reconciliación de David y Absolón de Rembrandt

Esta obra la pintó Rembrandt van Rijn en el año 1642 y en la actualidad se puede contemplar en el Museo de L’Ermitage de la ciudad rusa de San Petersburgo.

La escena nos plantea un tema basado en la Biblia que posiblemente no se hubiera tratado con anterioridad. Vemos la reconciliación entre el mítico rey David y el tercero de sus hijos, Absolón. Según el relato, Absolón avisó a David que lo querían matar, y éste decidió emprender el destierro. Así vemos el momento el que David acude a despedirse y llora desconsolado.

Como es habitual en otras pinturas de Rembrandt con esta ambientación bíblica, el pintor holandés nos presenta a los personajes sumamente orientalizados, algo que también se observa por ejemplo en su cuadro El festín de Baltasar. Y para esa inspiración en muchas ocasiones se basaba en el trajín de viajeros de muchas procedencias que se veía en el puerto de Amsterdam. A eso se debe que veamos a David vestido como un turco o el tipo de alfanje que porta Absolón.

Se trata de ropajes suntuosos y con muchas joyas. Por cierto quiso aprovechar estas joyas para plantear en la tela diferentes juegos de luces y brillos, y todo haciéndolo con unos tonos menos brillantes que los que empleaban otros dos gigantes del arte barroco: el belga Pieter Paulus Rubens y el español Diego Velázquez. A diferencia de ellos, Rembrandt opta por usar coloraciones pardas oscuras, lo que le da mucho vigor a la escena y también profundidad. Y es que este pintor usaba los juegos de luces y sombras no por sí mismos, sino para aumentar la intensidad de sus escenas.

En el mismo año que pintó este cuadro, 1642, murió la esposa de Rembrandt, y los estudiosos de su pintura, dicen que se inspiraría en su propia tragedia personal a la hora de pintar esa despedida entre dos personas tan íntimas. De hecho, se dice que el rostro de Absolón podría tener algo de autorretrato. No hay que olvidar que Rembrandt se pintó a sí mismo en varias ocasiones.

En definitiva, esta obra posee una carga de sentimientos, también exotismo, personajes muy iluminados sobre un fondo oscuro en el que brillan, y un cielo inquietante, todas ellas características propias de la fase más romántica de la producción pictórica de Rembrandt, que sobre todo tuvo lugar durante los años cuarenta del siglo XVII.