La Superga de Juvarra
Esta iglesia en las cercanías de Turín es la gran obra del arquitecto de finales del barroco Filippo Juvarra (1678 – 1736).
Lo obra se trata de un encargo que recibió de parte del propio rey Víctor Amadeo II, el cual la quería construir con un doble sentido. Por un lado en forma de monumental exvoto por el fin del asedio que el norte de Italia había sufrido por las tropas francesas en 1706, motivo por el que La Superga acabó por convertirse en un templo de peregrinación.
Pero por otro lado, también se concibió como Panteón de los duques de Saboya, a cuya dinastía pertenecía Víctor Amadeo II.
La iglesia se sitúa en lo alto de una colina, y en realidad forma parte de un amplio conjunto monumental, ya que la iglesia es su imponente frente delantero y vertical, y toda ella se nos presenta en piedra, mientras que la masa horizontal y trasera del conjunto se corresponde con la zona conventual, y es una construcción principalmente realizada en ladrillo. Por si fuera poco, el arquitecto además de integrar a la perfección ambos espacios entre sí, también supo armonizar todo el conjunto con el entorno natural que lo rodea. En definitiva, una gran obra en la que Juvarra ocupó muchos años de su vida, concretamente entre 1717 y 1731.
La iglesia en sí, tiene un pórtico avanzado sobre basamento clásico. Y arriba se ve una cúpula que cubre tanto el espacio congregacional como el presbiterio. Pero también destacan los dos campanarios laterales.
Por todo ello es una obra que recopila diferentes influencias, desde el Panteón romano hasta la fachada renacentista de San Pedro del Vaticano o las fachadas barrocas de las iglesias de Rainaildi en la plaza del Popolo romana.
Esas sus influencias más clásicas, pero a su vez incluye otros elementos más sorprendentes como el recuerdo de los bulbosos campanarios de origen alemán o austriaco. Una influencia que también es apreciable en el acentuado rectángulo que ocupa el espacio del convento, con distribución similar a los monasterios germánicos.
Es decir, Juvarra está influido por diferentes lenguajes, pero en cambio es capaz de unificarlo todo de manera muy personal, tanto por su estética, como por su acusada verticalidad y por sus proporciones.
Hace que conviva el clasicismo más depurado en el exterior, concebido con formas muy simples, pero incluye el sentimiento barroco con una marcada puesta en escena guiada por la apertura, la ligereza, los tonos pastel y la tendencia a las alturas.
Y en lo referente al interior también se pude hablar de sabiduría para mezclar ideas. Porque al mismo tiempo que plantea un itinerario del pórtico, al espacio congregacional bajo la cúpula, y finalmente al presbiterio, también es cierto que todo se basa en una planta central con una cruz griega integrada en un octógono, que a su vez está dentro de un círculo. Es decir, todo un juego intelectual propio de los años en que se construyó el templo, a finales del Barroco.