Arte
Inicio Arquitectura, Barroca Karlskirche de Viena

Karlskirche de Viena

Publicado por A. Cerra

Karlskirche de Viena

Viena, la actual capital de Austria y durante siglos sede de la corte de la dinastía de los Habsburgo está plagada de edificios barrocos. Pero curiosamente en ese reino el arte barroco en la arquitectura no se dio con asiduidad hasta después del año 1690. Para entonces este estilo llevaba varias décadas triunfando en Italia y en otros países europeos.

Sin embargo, allí llegó con retraso, si bien el comienzo de esta corriente en Viena no pudo ser más esplendoroso, ya que una de las primeras construcciones barrocas en la ciudad austriaca fue la espectacular Karkskirche, la iglesia de San Carlos.

Fue una obra que proyectó el arquitecto Johann Bernhard Fischer von Erlach (1656 – 1723). Sin duda este fue su gran trabajo, aunque en el campo de la arquitectura civil también legó una grandiosa construcción en Viena: el palacio de Schönbrunn, concebido por la dinastía Habsburgo como una respuesta a la grandilocuencia del Versalles de Luis XIV.

Pero volviendo al templo, se trata de una iglesia dedicada a San Carlos Borromeo, el patrón contra las plagas. Y es que a comienzos del siglo XVIII la ciudad había sido asolada por la peste, y el emperador Carlos VI la mandó construir por la intercesión del santo en la defensa de Viena.

Artísticamente la Karlskirche vienesa es una magnífica muestra de fusión. Por un lado está influida por la arquitectura barroca italiana, en especialmente por la de Roma. Pero de esa misma ciudad también hay mucha influencia de su arquitectura de la Antigüedad.

Y sin duda, la fusión que alcanza Erlach es capaz de unir en un mismo edificio a los dos personajes barrocos más influyentes, ya que bebe tanto del arte de Francesco Borromini como del Gian Lorenzo Bernini.

Pero retornando a la influencia del arte romano clásico en San Carlos Borromeo de Viena, podemos ver como la gran cúpula de la iglesia, que es de forma elíptica está precedida por un magnífico pórtico de orden corintio, en el cual los críticos ven un recuerdo del gran Panteón romano de Agripa o de la francesa Maison Carré de Nimes.

Mientras que ante la fachada se elevan dos esbeltas columnas, en cuyo fuste está labrada en relieve la vida del santo. Unas características que inmediatamente evocan la Columna del emperador Trajano.

Si bien está claro que todos estos referentes clásicos eran conocidos y admirados por el arquitecto, y también por la monarquía austriaca. Pero es indudable que estamos ante una obra plenamente barroca. No hay más que ver la infinidad de líneas que crean sus elementos, unas líneas continuas, que se rompen, giran o crean perspectivas varias. A lo cual desde luego ayudan los muchos elementos arquitectónicos y decorativos que componen el edificio. En definitiva, arte barroco en estado puro y avanzado. No en vano, esta iglesia y la Abadía de Melk son las grandes obras de este estilo en tierras imperiales austrohúngaras.