Mansión de Strawberry Hill
En la arquitectura de finales del Barroco de Gran Bretaña, sobre todo durante el siglo XVIII, fueron tremendamente influyentes las ideas del Andrea Palladio, tanto por el conocimiento de sus obras como Villa Rotonda o Villa Godi, como por los escritos sobre arquitectura realizó este creador italiano. Sin embargo, hubo algunos personajes y arquitectos de la época, que en su afán de ser diferentes al resto, decidieron desmarcarse de esa corriente palladiana.
Posiblemente el más relevante de ello fue Horace Walpole (1717 – 1797), hijo del primer ministro inglés, y que tenía una reconocida trayectoria como escritor. Él llegó a la conclusión de que era absurdo construir en Strawberry Hill una villa campestre en la campiña británica siguiendo los esquemas establecidos de las villas más palladianas. Por otra parte, Walpole había manifestado en muchas ocasiones su tendencia hacia lo romántico y también hacia los temas fantásticos, de hecho se le consideraba como bastante extravagante.
En esa línea decidió construir su casa en Strawberry Hill como si fuera un castillo gótico. La obra se realizó entre los años 1750 y 1775, y en su diseño participó el propio Walpole con los arquitectos Bentley y Chute. Si bien se puede decir que las obras se continuaron prácticamente hasta la muerte de su propietario, ya que sucesivamente iba incorporando nuevas estancias, y sobre todo se dedicaba a nunca parar de añadir elementos decorativos en su interior. Ya que abundan las chimeneas y bóvedas de aires medievales, así como las vidrieras herederas de las tradiciones góticas, y por supuesto mucho escudo heráldico.
Por otro lado, Horace Walpole fue un coleccionista compulsivo, y de alguna forma esta mansión se iba a convertir en el lugar donde exponer la infinidad de objetos acumulados. Para hacernos una idea de esa ingente colección, hay que darse cuenta que cuando salió a la venta, ya en 1842, esa subasta duró 32 días.
Sus contemporáneos, una vez que la obra estuvo acabada, incluso antes, consideraron que era toda una rareza, propia de un personaje que quería hacer gala de su ostentación y de su pasión hacia lo antiguo. Si bien en realidad, esta especie de capricho en el que el encargante, al que le sobra el dinero, se hace construir una casa como le place a él, sin seguir ningún estilo ni moda, se puede considerar como un verdadero antecedente de lo que ha ido ocurriendo en los siglos posteriores. Y al mismo tiempo, y sin pretenderlo, ya que resulta un tanto paradójico, también estaba inaugurando un nuevo estilo, el neogótico, del que después aparecerán múltiples ejemplos en la arquitectura de las Islas Británicas, construyéndose incluso en el siglo XIX el propio Parlamento de Londres con esas formas.