Sala de la Liberación o Befreiugnshalle
En diversos lugares de Alemania, desde finales del siglo XVIII y durante todo el XIX, fueron sitios propicios para la realización de grandes proyectos arquitectónicos de estilo neoclásico. Especialmente en ciudades como Berlín, donde nos podemos encontrar exquisitas construcciones de ese estilo como la Puerta de Brandenburgo o el Museo Antiguo.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que Alemania como tal no existió como un único país hasta bien entrado el siglo XIX. Se trataba de diversos territorios independientes, y uno de los más florecientes era Baviera, un reino que brilló con especial luz durante los años de gobierno de Luis I (1786 – 1868) y del que ya os hemos hablado en otras ocasiones, por ejemplo cuando dedicamos un post al retrato de Lola Montez.
Pues bien, este monarca decidió levantar un gran monumento que recordará la victoria que Baviera había tenido frente a Francia durante las guerras contra Napoleón Bonaparte desarrolladas entre 1813 y 1815.
Este monumento es el Befreinungshalle o Sala de la Liberación, y se encuentra en la ciudad de Kelheim, al norte de Múnich, la capital bávara. El rey le encargó esta construcción en el año 1842 al arquitecto Friedrich von Gärtner (1791 – 1847). Si bien no lo pudo ver acabado, ya que la obra se prolongó durante más de 20 años y no fue inaugurada hasta 1863, y para entonces había tenido sutiles cambios estéticos debido a la intervención de otro de los grandes arquitectos alemanes de la época Leo von Klenze (1784 – 1864).
Lo cierto es que el edificio es imponente, tanto por su emplazamiento en un punto alto del paisaje como por su arquitectura clasicista y su forma cilíndrica.
En él destacan las 18 columnas que recorren toda la fachada y que sirven de base para diversas estatuas alegóricas. Esas columnas animan rítmicamente el edificio, pero lo cierto es que la primera impresión es la de ser un edificio demasiado pesado, casi macizo. Aunque esa sensación se diluye en su interior, donde de nuevo destacan más columnas, alegorías, figuras y escudos. Así como los suelos marmóreos o la gran cúpula sobre tambor que se puede ver mucho mejor gracias a una galería elevada que recorre todo el espacio interno.
Un ambiente de lo más lujoso y también de clara atmósfera oficial. Al fin y al cabo el lugar se concibió como un memorial de las victorias militares, y por ello tiene un tono grandilocuente quizás excesivo, pero sin duda muy propio de la arquitectura neoclásica de mediados del siglo XIX en todo el continente europeo, e incluso en América, adonde se exportó este arte para todo aquello que tuviera que ver con edificios oficiales, de gobierno o conmemorativos.