Santuario de Loyola
El Santuario de Loyola a las afueras de la localidad vasca de Azpeitia es el monumental homenaje que se le hizo a San Ignacio de Loyola, nacido en este lugar y fundador de los jesuitas. Una orden de enorme influencia dentro de la Iglesia Católica y cuyo máximo representante es conocido en todo el mundo cristiano, desde las iglesias de la orden en Roma hasta otras mucho más lejanas en Japón o incluso en las misiones jesuíticas repartidas por diversos países de Sudamérica, como es el caso de la Estancia de Alta Gracia en Argentina.
Así que al igual que se ha hecho con otras figuras relevantes del Cristianismo se decidió construir un templo en su honor, precisamente en su lugar de nacimiento. En este caso literalmente, ya que el germen del santuario fue la torre o casa santa donde nació Ignacio López de Loyola en el año 1491.
El caso es que este personaje murió en 1556 y ya en 1622 fue canonizado. Y a finales de ese mismo siglo, en 1681 se promovió la construcción del santuario. Un ambicioso proyecto que se le encargó al arquitecto Carlo Fontana, uno de los grandes representantes del barroco, quién había hecho numerosas obras en Roma, muchas de ellas siguiendo el legado de su gran maestro, el escultor y arquitecto Gianlorenzo Bernini, como es el caso de su trabajo en el Palacio Montecitori romano.
Sin embargo, Fontana jamás viajó a Azpeitia tan solo diseñó el proyecto de la obra. Y a grandes rasgos, los maestros de obras que dirigieron la construcción a lo largo de décadas siguieron sus directrices. Si bien también hubo ciertos cambios. Pero el resultado final, al menos externamente, es propio del clasicismo romano del siglo XVII gracias a la amplia fachada que deja ver más atrás una cúpula central. Así como una escalinata monumental de acceso y un pórtico abierto con tres huecos.
Hay que tener en cuenta que el proyecto no solo era hacer un templo basilical, sino todo un centro de peregrinación, así como un colegio jesuítico. De ahí las grandes dimensiones del santuario y el conjunto de edificaciones que los forman. Todo articulado a partir de diversos patios internos, así como un entorno de jardines de carácter monumental.
Una obras enormes en la que se trabajó durante gran parte del siglo XVIII, si bien por los vaivenes de la historia y de la propia orden de los jesuitas, el desarrollo total se alargó mucho en el tiempo y hubo muchos parones de los trabajos. Y aunque por ejemplo el templo ya estaba consagrado en 1738, hay ciertas partes del resto del santuario que no se concluyeron hasta el siglo XX.