La apoteosis de San Ignacio de Loyola de Andrea Pozzo
Estos frescos pintados en la bóveda de la nave central de la iglesia romana de San Ignacio de Loyola es la obra cumbre de Andrea Pozzo (1642 – 1709), quien además de artista también pertenecía a la orden de los Jesuitas. Una dualidad que era habitual entre los artistas que decoraban los grandes templos de esta orden, como también se puede ver en el caso de Il Gesú y el pintor Gaulli, contemporáneo de Pozzo.
Fue un fresco en el que invirtió varios años de trabajo, del 1685 al 1694, y donde plasmó de forma monumental la labor evangelizadora que realizaban los jesuitas en el mundo, exaltando sobre todos ellos la vida de San Ignacio de Loyola, el patrono de la iglesia. Este santo ocupa el eje del conjunto, no exactamente en el centro, pero atrayendo las miradas con su figura sobre las nubes y rodeado de ángeles. Y desde ahí San Ignacio mira hacia la Cruz.
Como un gran mural propio del Barroco, la obra es un increíble trampantojo, donde genera unas estructuras arquitectónicas ficticias de aires antiguos que luego rompe para prolongarlas gracias a su dominio de la perspectiva en un ambiente celestial.
En la base, en las cuatro esquinas está lo terrenal, o sea las alegorías femeninas de los cuatro continentes: Europa, Asia, África y América. Y en torno a ellas todas esas almas que gracias a la labor del jesuita han podido alcanzar la salvación. Aunque en realidad se rinde tributo a otros misioneros como San Francisco Javier, San Luis Gonzaga, San Francisco de Borja o el Beatro Estanislao de Kostka.
Pero más allá del mensaje religioso, sin duda la obra de arte es suprema, con esa sensación tan especial de hacer creer que la arquitectura pintada es real. El artista se nos muestra como un gran conocedor de los elementos arquitectónicos y se explaya a la hora de representar capiteles, casetones o molduras inspiradas en el arte clásico, y lo hace con un enorme dominio de la perspectiva, teniendo todo el tiempo en cuenta el punto de vista del espectador desde el suelo de la nave.
En realidad, esa fue su gran especialidad, y por ello en la misma iglesia hay otro fresco muy interesante en esta misma iglesia. Es la conocido como “falsa cúpula” donde hay pintado un techo figurando una cúpula semiesférica, la cual es inexistente. Y no solo eso, parece que se mire donde se mire realmente esté este espacio curvado. Sin duda, es uno de los grandes ejemplos de lo que en la época se llamó la quadratura, donde los trampantojos y los estudios de la perspectiva fundían la arquitectura, la escultura y la pintura en una misma creación, para generar efectos ópticos nunca vistos antes, y que incluso hoy en día no dejan de sorprender al espectador.