Retablo de la Asunción en Riemenschneider
Tilmann Riemenschneider es uno de los escultores más destacados de arte religioso en Alemania a lo largo de finales del siglo XV y comienzos del XVI.
Se sabe que nació en 1463 y que con solo 22 años ya tiene el título de maestro en la ciudad de Wurzburgo. A partir de ahí no le van a faltar encargos. Algunos tan destacados como el Retablo de la Santa Sangre que realiza entre 1499 y 1504 para la iglesia de Santiago de Rothenburg. Una obra que reúne gran parte de sus características. Comenzando porque su material preferido fue la madera, y más concretamente la madera de tilo. Una madera ideal para su estilo de figuras alargadas, con rasgos nerviosos y que por momentos son tan finas que tiene hasta un aspecto quebradizo. Es decir, se trata de unas figuras muy expresivas.
Y eso seguramente alcanza ya su máxima expresión en el siguiente encargo que materializó. Nos referimos al Retablo de la Asunción que hizo para la iglesia de Creglingen y en el que invirtió varios años, concretamente de 1505 a 1510. Si bien, Riemenschneider no se dedicaba únicamente al arte. Se había convertido en un personaje relevante de la política local en Wurzburg, y ya contaba con un amplio taller donde podía haber hasta una docena de aprendices.
Pero independientemente de su relevancia social, estamos ante un estupendo representante de lo que era un maestro artesano. Un trabajador con una técnica portentosa y conocedor de toda la tradición artística tardogótica alemana, la que decidió seguir, sin hacer demasiado caso a las novedades que suponía el Renacimiento italiano.
De hecho el arte del retablo en Alemania tiene una importancia clave que iba más allá de ese tipo de influencias, y Riemenschneider supone un punto muy elevado de ese tipo de objetos litúrgicos. Sus retablos siempre son inmensos trípticos que se pueden contemplar tanto con las hojas abiertas como cerradas. Trípticos embebidos de la idea de desarrollo en altura del Gótico alemán que también se ve en edificios como la Catedral de Colonia o la de Ulm.
Esa altura se consigue gracias a la presencia de un banco que sostiene todo y a que el cuerpo central siempre es muy ligero. Si bien en este caso vemos que el escultor ha adquirido semejante dominio, que incluso la parte más alta del retablo es un enrevesado de formas y no faltan figuras talladas con perfección, gran volumen y todo detalle.
El resultado es un auténtica maravilla del arte de los retablos alemanes, que en importancia solo es comparable con la tradición de retablos en España, donde también los hay en madera, si bien son más habituales en mármol o en un material tan delicado como el alabastro. De hecho, más o menos por los mismos años que el escultor alemán estaba tallando esta joya, que además se sigue conservando en el mismo emplazamiento para el que fue concebida, en España, en la Basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, estaba labrando en alabastro otro retablo maravilloso el artista Damián Forment.