Silencio de Préault
A Antoine Augustin Préault (1809 – 1879) hay que considerarlo uno de los principales escultores del arte romántico en Francia. Aunque lamentablemente muchas de sus obras se perdieron cuando su taller fue atacado hacia mediados del siglo XIX.
El motivo de aquel ataque fueron las posiciones políticas de Préault y su franqueza a la hora de expresarlas. Algo que no solo supuso que se perdieran muchos de sus obras y sobre todo sus modelos en yeso. Tampoco ayudó a que la élite económica, e incluso la artística, le tuvieran demasiado en cuenta. Algo que en cierta forma ha ensombrecido su prestigio, su carrera y también su reconocimiento a posteriori.
No obstante, hasta nuestros días han llegado valiosas obras como este emblemático monumento titulado Silencio que posee un carácter funerario. Un conjunto que hizo en el año 1842 y que todavía se puede ver en el cementerio Pere Lachaise de París. Por cierto, el mismo campo santo donde está enterrado el propio Auguste Préault. Un cementerio donde hoy en día se pueden ver las tumbas de artistas de diferentes épocas, como la del literato irlandés Oscar Wilde o el pintor italiano Amedeo Modigliani, entre otros muchos creadores de las más variadas disciplinas (Moliere, Georges Melies, Maria Callas, Jim Morrison…)
La obra la hizo para la tumba de Jacob Robles, pero sabedor de su interés, llegó a exponer este medallón tan simbólico en el Salón de París varios años más tarde. En 1849, al primero que pudo acudir tras varios escándalos en los que se criticaba tanto el atrevimiento formal de su arte como su posicionamiento político.
La presentación fue todo un éxito y en los años siguientes le encargaron varios monumentos fúnebres. Además de que tuvo que hacer copias en bronce y escayola del medallón. Un formato este del medallón que estaba muy en boda en su tiempo. Y de hecho Préault aprendió con el escultor que mejor trabajó ese tipo de esculturas o relieves: David d’Angers. Si bien el maestro lo usaba más bien para realizar retratos, y en cambio el alumno se decantó por un empleo más alegórico.
Formalmente es una obra de enorme calidad, pero sobre todo lo que más llama la atención es el sentimiento que el artista supo imprimir a ese rostro. Sin duda una atmósfera de símbolo y poesía que la convierte en icónica dentro de la escultura romántica. A lo que se suma el aura de artista un tanto maldito que siempre tuvo Auguste Préault.