Tumba de Colón
Esta obra escultórica se encuentra en la Catedral de Santa María de la Sede de Sevilla. Si bien los restos del descubridor Cristóbal Colón no siempre han estado aquí. Todo lo contario como corresponde a uno de los grandes viajeros de todos los tiempos, su tumba ha cambiado de ubicación con el paso de los siglos.
Primero sus huesos reposaron en Valladolid, donde había fallecido en 1506. Después fue traslado al Monasterio de la Cartuja de Sevilla, sin embargo más tarde fue llevado primero a Santo Domingo en la República Dominicana y después a La Habana, Cuba. Y por fin en 1899 retornó a Europa, a la Catedral de Sevilla, donde el escultor Arturo Mélida realizó este monumento funerario.
Está claro que el monumento es más simbólico que otra cosa, ya que las exequias de Colón, tras tanto viaje hay que imaginárselas en un deficiente estado de conservación. No obstante se encargó esta obra escultórica a Mélida, en la que plantea un féretro sostenido por cuatro personajes, que vienen a ser una representación de los cuatro reinos históricos españoles. Es decir, Castilla, León, Aragón y Navarra.
Por sus dimensiones, el féretro no se corresponde con la estatura que pudo tener Colón. Y es que en realidad sus restos, están en una caja interna, traída de Cuba tras la pérdida de la última colonia española en 1898.
Es decir era un encargo importante para la época y recayó en Arturo Mélida y Alinari (1849 – 1902), un personaje que fue pintor, militar, restaurador, diseñador y arquitecto. Sin embargo, dentro de todas esas actividades, su mayor logro artístico y por lo que ha pasado a la posteridad del arte español es por este mausoleo que hizo íntegramente en bronce. Una obra de formas muy eclécticas, y ciertamente un tanto trasnochadas, respecto a lo que por esos años se estaba haciendo en otros lugares de Europa.
Pero en cierto modo a él le sirvió para engrandecer mucho su figura, y esto le valió que también le encargaran otra obra monumental evocando al mismo personaje, que no es otra que el Monumento a Colón situado en la plaza de Madrid que lleva el nombre del Descubridor.
Y también en Madrid, ciudad natal del artista, se encuentran sus huellas en una de sus obras más populares y reconocidas, si bien en este caso solo trabajó como restaurador en las pinturas de la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor madrileña.
Y es que parece que el destino de Arturo Mélida como artista parece que era permanecer en el anonimato. Unas veces bajo el peso de los protagonistas de sus obras como es el caso de Colón. Otras veces por participar en trabajos de restauración. Y por último por ser en España uno de los pioneros en un tipo de diseño gráfico que a veces no se firma. Estamos hablando de los carteles. Mélida fue uno de los primeros cartelistas del país, y su producción en este campo es tan ecléctica como en el resto de disciplinas creativas en las que se desenvolvió.