Los Huevos Fabergé
En otras ocasiones hemos incluido aquí ejemplos de obras maestras de las artes menores. Especialmente de grandes creaciones de orfebrería realizadas a lo largo de todos los tiempos, desde la Antigüedad como la Máscara de Agamenón hasta en los años más esplendorosos de las cortes europeas como el salero que hizo Cellini para el rey Francisco I de Francia. Pues bien, hoy queremos hablar de las que quizás sean las joyas más famosas de toda la historia. Nos referimos a los Huevos de Fabergé.
Esas delicadas obras las creó el artesano y joyero ruso Peter Carl Fabergé (1846 – 1920) quien trabajó en la corte de los últimos zares rusos. Su taller estaba en la corte imperial, la ciudad rusa de San Petersburgo, un lugar donde no le faltaban encargos y donde además podía visitar numerosas veces las colecciones artísticas del Palacio de Ermitage, el cual siempre fue una inagotable fuente de inspiración para sus creaciones.
No obstante, pese a ser un joyero con una enorme reputación, un amplio taller de colaboradores y un larga lista de encargos, en el año 1885 le iba a llegar el gran trabajo de su vida. En esa ocasión el zar Alejandro III le encargó la realización de un huevo de Pascua para su esposa, tal y como es tradición regalarlos en Rusia, siendo objetos que esconden en su interior una sorpresa.
El zar quedó encantado con aquella pieza. Así que, la Casa de Fabergé pasó a ser la suministradora oficial de orfebrería para la Corona Imperial, realizando numerosas piezas de joyería para la realeza. Pero sobre todo cada año tenía que hacer un Huevo de Pascua espectacular. Un trabajo que realizó hasta el año 1917, cuando desapareció el régimen zarista tras la Revolución Rusa, tras la cual Fabergé tuvo que emigrar, y por eso falleció en 1920 en la ciudad suiza de Lausana.
Pero antes de eso trabajó durante años con un taller de joyeros y artesanos que llegó a tener hasta 500 trabajadores. Y es que no paraban de salir allí piezas de valor, aunque ninguna con la repercusión de los Huevos Imperiales Fabergé. Unos objetos que recreaban diferentes estilos artísticos como las obras que poseían los zares en su palacio. O bien evocaban acontecimientos de los más variados, desde la creación de tren Transiberiano hasta eventos vinculados con la dinastía Romanov reinante.
En definitiva piezas de un valor incalculable, y no solo por usar en ellas los materiales más ricos, utilizando cualquier piedra o metal precioso que nos imaginemos. Si no sobre todo porque son obras de una delicadeza superlativa, con un exquisito trabajo manual en el que se ha cuidado cada detalle en los moldeados, repujados o fundidos. No en vano, para cada huevo se comenzaba a trabajar con un año de antelación, para que fueran siempre piezas excepcionales y sorprendentes.