Autorretrato de Cézanne con fondo rosa
A lo largo de la historia son varios los pintores que se han utilizado a sí mismos de forma reiterada como motivo de inspiración. Tal vez el caso más paradigmático sea el del pintor alemán Albert Durero, quién halló en su rostro toda la belleza que quería mostrar en sus cuadros. No obstante, no todos los pintores que se han autorretratado abundantemente lo han hecho por ese motivo. Un ejemplo en esta línea es Paul Cézanne.
Gracias a sus cuadros podemos concluir que Cézanne no era precisamente una persona bella. Un tipo calvo, barbudo, entrado en peso, de cierta edad, lo cual no impidió que se pintara hasta casi en 50 ocasiones. Una de ellas es esta con el título explicativo de “sobre fondo rosa”.
Un cuadro que sigue el patrón de prácticamente todos sus autorretratos, ya que por regla general se presenta de perfil y de busto, y girado hacia la derecha, y con un gesto del ceño fruncido característico de su carácter un tanto arisco.
Esta obra en concreto que realizó hacia el año 1875 y que se conserva el Museo de Orsay de París, tiene la particularidad que nos mira intensamente a nosotros los espectadores, pudiendo admirar así su carácter huraño. La verdad es que nos mira, pero sin interactuar, casi nos desprecia o le molestamos.
Por otro lado, Cézanne se toma a sí mismo como hacía son sus bodegones. No le interesa tanto mostrar su expresividad, como lograr plasmar las tres dimensiones sobre una superficie plana, recurriendo lo mínimo posible a técnicas como el sombreado o las perspectivas más típicas. Él trabaja más a base de formas y trazos, en este caso muy empastados, sobre todo para el fondo o para su cabeza. Sus pinceladas no son trabajo de un pintor, sino más bien de un escultor. En alguna ocasión se ha dicho que él no pintaba sus imágenes, las modelaba.
Y para ello usaba pocos colores. En este caso solo hay negro y gris para el traje, pelo, barba y ojos, verde para las escasas sombras, y la evolución del rosa a los encarnados para el fondo, la calva y el rostro.
Hay que tener en cuenta que su proceso de trabajo era extremadamente lento, por el propio afán de perfección del maestro. Por ello no son habituales los retratos, no todo el mundo estaba dispuesto a posar tantas sesiones para él. De ahí que se pintara tanto a sí mismo, así como realizó numerosos retratos a su esposa Hortense Fiquet, modelo abnegada para su marido.