Cristo muerto en el sepulcro de Hans Holbein
Hans Holbein el Joven (1497 – 1543) ha pasado a la historia por realizar algunos de los más célebres de la Europa de la primera mitad del siglo XVI, como es el caso del retrato del rey Enrique VIII de Inglaterra o el que le hizo al filósofo Erasmo de Rotterdam. Sin embargo, tal vez su obra más extraordinaria que realizó sea esta descarnada imagen de Cristo muerto en el sepulcro.
Nos presenta de perfil el cuerpo de varón muerto, tan solo tapado en sus órganos sexuales por un paño, mientras que en el resto del cuerpo se ven atroces heridas y un cuerpo que ya va camino de la descomposición. Hasta entonces nunca se había pintado tan sumamente humano a Jesucristo, ya que como le ocurrirá a cualquier otro hombre o mujer, su cuerpo se va a pudrir tras la muerte.
Hay una brutalidad intencionada en la imagen. Es angustiosa se mire como se mire, tanto por el carácter tétrico de la escena, por lo claustrofóbico de la composición que se identifica perfectamente con un angosto ataúd y sobre todo por esa naturalidad en la que se ve la muerte en un estado avanzado.
Se potencia una teatralidad con todos los elementos, incluida la paleta de colores en las que solo se han empleado negros, marrones y tonos blancos para aclarar.
Es hasta asfixiante la composición, ya que todo el cuadro, de un lado a otro es prácticamente el cuerpo encajonado en el sepulcro. Da la impresión de haber retirado una de las paredes largas y laterales del sarcófago para enseñarnos un verdadero cadáver.
De alguna forma es una imagen muy irreverente para la época. Hay que recordar que según los Evangelios, Jesús fue depositado en el sepulcro tras la Crucifixión, y aunque se relata que sufriría heridas y daños por parte de sus verdugos, se narra que cuando resucitó a los tres días su cuerpo estaba en perfectamente condiciones y sin rastro alguno de la muerte. Así que plasmarlo de este modo tan real y macabro era muy arriesgado en el siglo XVI. Era como banalizar la figura sagrada. Eso sí, lo hizo con un verismo verdaderamente destacable. Algo que se debe a que estuvo estudiando en profundidad el cadáver de un comerciante que apareció ahogado. Las observaciones de ese muerto las volcó en la realización de esta obra.
Y no solo eso, Holbein se deleitó en todos los detalles más escabrosos. Por ejemplo, los trozos de piel descarnada, las llagas ya purulentas, un ombligo protuberante o el semblante con un gesto inánime. En definitiva, una obra muy atrevida en su momento y que no dejaba de ser la obra de un retratista, que este caso pintó a un muerto.