El caballero sonriente de Frans Hals
Frans Hals (c. 1582 – 1666) fue capaz de destacar en pleno Siglo de Oro Holandés, lo hizo gracias a su inmenso talento como retratista, tan grande que no solo es una figura del arte de su país, sino que gracias a obras como Los regentes del Hospital de Santa Isabel de Haarlem o La gitana hay que considerarlo como uno de los grandes pintores de todo el arte Barroco europeo.
Y lo es tanto realizando retratos de personajes relevantes de su época, a los que pinta bien en grupo o bien de forma individual. Aunque su talento posiblemente sea más auténtico y libre cuando plasma la imagen de figuras anónimas como es el caso de este Caballero sonriente datado en el año 1624. El hecho es que cuando pintaba a hombres y mujeres desconocidos aprovechaba para recrear tipos sociales o modelos de comportamiento y actitud.
En este caso está retratando a un hombre bravucón y altanero, de hecho con su mirada y gesto está como retando al propio pintor. Pero lo hace de un modo confiado y con cierto tono de amabilidad gracias a esa media sonrisa cómplice. Un gesto algo enigmático que se amplifica todavía más por el cuidado bigote y la barba que rodean los labios. Es un hombre contento de sí mismo, al que parecen irle bien las cosas ya que luce unas ropas caras, algo evidente en su colorido jubón de seda, en el que además hay muchos emblemas bordados aludiendo a sus méritos y sobre todo sus relaciones amorosas.
Se trata de un joven de 26 años, tal y como indica la propia inscripción de Hals. Aunque paradójicamente no se indica el nombre del personaje, aunque parece claro que sería algún burgués de cierto poder económico, e incluso un aristócrata. Así que al no poderse identificar de una forma concreta se convierte casi en un símbolo de ese periodo histórico en los Países Bajos, ya que por entonces eran una verdadera potencia económica gracias a su poder repartido por las colonias de ultramar, tanto en el Caribe y Sudamérica, como en las lejanas islas de Asia.
Esa gran riqueza en el país favoreció el trabajo de Hals, al que nunca le faltaron clientes a los que retratar en Haarlem, su ciudad natal. Sin embargo, él pasó sus últimos años bastante pobre. Sobre todo porque de sus ingresos dependía una enorme familia. Y también de forma curiosa, su fama casi comenzó a evaporarse poco después de morir. Su nombre no fue restituido a la altura que su maestría merece hasta el siglo XIX y a partir de entonces sus cuadros fueron demandados por los coleccionistas y por muchos museos del mundo. Una muestra es este que hoy forma parte de la Colección Wallace de Londres.