El cuerpo de mi morena de Joan Miró
Uno observa la imagen de esta obra que pintó en 1925 el artista catalán Joan Miró y se pregunta la razón de semejante título: El cuerpo de mi morena. Pues bien para comprenderlo quizás lo mejor sea leer al propio Miró, quien dijo:
“Encuentro mis títulos a medida que trabajo, del mismo modo que en mis telas una cosa lleva a la otra. Cuando he encontrado el título, vivo en ese ambiente. El título puede convertirse en algo totalmente real para mí, del mismo modo que una modelo, una mujer tumbada, por ejemplo, puede hacerse real para otro pintor. Para mí, el título es una realidad muy precisa”.
Lo cierto es que una vez leído esto, volveríamos a mirar la tela y buscaríamos su significado. Pero en el personalísimo arte de Miró no vale con contemplarlo con un espíritu tan tradicional. En Miró los significados de sus imágenes se deben encontrar más allá de la percepción.
Es verdad que podemos reconocer ciertas formas, e imaginarnos la sinuosidad de un cuerpo, femenino, y hasta podemos imaginar un seno turgente. Pero lo cierto es que el pintor no se plantea pintar ese cuerpo, ni siquiera sugerirlo. Él, como buen representante del Surrealismo, quiere llegar a su subconsciente y provocar también al nuestro.
El cuadro en realidad desde un punto de vista estrictamente gráfico es de una sencillez absoluta. Pero es innegable que con esa simplicidad es capaz de crear una imagen de misterio, y que nos deja a todos descolocados.
Hay un fondo marrón, y de pronto es recorrido por un trazo blanco, en el que nos podemos imaginar un fantasma que nos mira fijamente con sus dos ojos azules hacia la mitad de la tela. Y además de eso aparecen todas esas frases escritas sobre la pintura. Unas frases en francés y donde se incluye la que da título al cuadro. Son frases casi a modo de versos, lo que haría que la obra se situara a medio camino de la pintura y de la poesía, pero a la vez no sería ninguna de las dos cosas.
Las frases se convierten en parte de la fluctuación de trazos que componen toda la escena, si la podemos llamar así. Son formas que están quietas y también están en movimiento. En definitiva, se trata de un cuadro que reúne muchas de las características de la pintura de Miró y donde hay evidentes similitudes con obras como El carnaval del arlequín, si bien es cierto que aquí va camino de una mayor abstracción y economía de medios como puede tener el propio Mosaico de las Ramblas de Barcelona que haría muchos años después.