El florero de Memling
Este cuadro de Hans Memling que hoy se guarda en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid no se puede considerar propiamente un bodegón, ya que tiene un trasunto de carácter religioso. Sin embargo, sí que es muy interesante conocer su existencia como punto de referencia para los orígenes de la pintura de naturalezas muertas. Ya que cuando lo hizo este autor en torno al año 1490, este género todavía no existía, y no sería hasta el siglo XVII cuándo comenzaron a crearse este tipo de escenas.
Vemos como el pintor ha generado toda una escenografía para esta alegoría. Hay un fondo que consiste en un hueco y la oscuridad, lo que nos da sensación de espacialidad. A lo que ayuda el tapete bordado que cubre una mesa.
Ese espacio lo ocupa el jarrón y las detalladas flores que contiene principalmente lirios, iris y aguileñas aunque hay más especies florales. Flores y jarrón pintados con exquisito detallismo, haciéndolos casi elementos tridimensionales y con la cualidad del tacto.
Pero como decíamos al principio, este peculiar bodegón no hay que entenderlo como tal, sino como una alegoría religiosa perfectamente comprensible por las gentes de la Europa del norte en el siglo XV. De hecho, estas mismas flores salen en muchos otros cuadros religiosos como por ejemplo en Tríptico Portinari de Hugo van der Goes.
Y es que cada una de estas flores tiene su significado. Los lirios representan la pureza de la Virgen María. Un significado que refuerzan los iris, que al mismo tiempo también pueden simbolizar el dolor y sufrimiento de la Virgen. Mientras que en las flores aguileñas se les puede ver una forma similar a la de una paloma, por lo que se vinculan con el Espíritu Santo. Pero además también es importante el número de aguileñas que se ven, concretamente son 7. Así cada una de ellas representaría uno de los dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
Tal y como hemos dicho son reconocibles otras especies vegetales en el Florero de Memling. Allí hay una violeta, símbolo de la humildad de Cristo en la tierra. Y también se distingue un clavel rojo que en este caso viene a materializar la sangre de los mártires cristianos.
En definitiva, que si bien no podemos hablar de una naturaleza muerta, sí que es una imagen precursora de ellas, ya que no era habitual en su tiempo este tipo de cuadros, sin personaje alguno y donde el protagonismo recae en el simbolismo que poseen todos y cada uno de los elementos de la imagen, desde las flores hasta las formas del bordado del tapete, pasando por el propio jarrón donde se lee la grafía IHS, acrónimo de Jesucristo.