El martirio de San Sebastián de Holbein el Viejo
Hacia el año 1516, el pintor alemán Hans Holbein realizó este altar sobre tabla y con pintura al óleo. Una obra que ya no está en la iglesia para que se creó. De modo que hoy en día se expone en la Pinacoteca Antigua de Múnich.
Hans Holbein, el Viejo (h. 1465 – h. 1524) se apoda así para distinguirlo de su hijo, quizás más célebre que su progenitor gracias a obras como Los embajadores o el retrato de Enrique VIII. No obstante hay que decir que el padre ejerció de auténtico maestro para su vástago. De hecho, tras trabajar durante años en su ciudad natal de Augsburgo, así como en urbes alemana como Ulm, Frankfurt o en las tierras de Alsacia, decidieron irse padre e hijo a Basilea en Suiza en el año 1516.
El arte de Holbein el Viejo representa a la perfección la transición del estilo gótico del norte de Europa hacia las formas y conceptos del Renacimiento. Es un pintor obviamente de la escuela alemana, pero bastante influido por el arte flamenco, de ahí su pasión por el detallismo de las representaciones. E incluso trabajó en más de una ocasión la miniatura. Su dibujo preciso le permitía esa minuciosidad.
Sin embargo su arte fue evolucionando con el tiempo, y sus representaciones cada vez eran más delicadas, amables y también idealizadas, menos realistas. Esa idealización, al igual que una pretensión psicológica eran propias de las ideas del arte renacentista. De esas novedades se fue empapando, pero eso supuso cierta pérdida de espontaneidad en sus pinturas, ya que él, a diferencia de su hijo, era un pintor plenamente formado en el Gótico.
De ahí su espíritu realista y su interés por la representación del concepto religioso de gracia, lo cual supo mezclar con la plasmación del nuevo canon de belleza. Algo que es visible en sus obras religiosas como el Retablo con escenas de la vida de la Virgen que hizo para la Catedral de Augsburgo y especialmente retablos más modernos como el de Santa Catalina o este dedicado a San Sebastián.
Aquí vemos al santo en el centro de la tabla, con una postura que irradia elegancia pese al momento, ya que se le ha atado a un árbol y está siendo martirizado a base de disparos de flechas. Sin embargo, el santo no manifiesta dolor, e incluso por su pose y sobre todo por su mirada transmite una dignidad sublime.
Por otra parte, se ve que es una obra de madurez. Un periodo en el que pintaba figuras muy modeladas y de porte monumental, mientras que también cuidaba mucho el equilibrio en sus composiciones, como en este caso que todo se ordena a partir de una disposición simétrica de los personajes.