El paraíso de Lanfranco
Esta es una de las grandes cúpulas que pintó el pintor italiano Giovanni Lanfranco, utilizando en ella todas las técnicas y efectos visuales que tanto gustaron durante la época barroca. En este caso se trata del trabajo que realizó entre 1641 y 1643 en la cúpula de la capilla de San Gennaro de la catedral de Nápoles. Pero hizo obras semejantes por ejemplo en la iglesia de San Andrea della Valle.
Por cierto, tanto en la catedral napolitana como en San Andrea della Valle hay otras pinturas murales junto a su cúpula, y se trata de frescos que realizó su contemporáneo Il Domenichino, otro maestro de la corriente barroca del “ilusionismo”.
El llamado ilusionismo en realidad se dio en todas las artes, no solo en pintura, también la arquitectura y la escultura barroca. De esta manera, jugaban con una serie de elementos que buscaban generar la ilusión de una realidad, para lo que no dudaban un usar los recursos más artificiosos. De todos ellos, el más famoso es el efecto del trampantojo (una trampa al ojo). Mediante este recurso se pinta un objeto con extraordinaria verosimilitud y realismo dentro de unas pinturas mayores. Puede ser un jarrón, una ventana al cielo o el propio marco de la imagen. De forma que al espectador le parece que realmente es un objeto que se ha integrado en una escena religiosa o mitológica.
Por supuesto, el ilusionismo es una de las corrientes con mayor recargamiento ornamental, dentro del habitual recargamiento del estilo barroco. Y se buscan escorzos imposibles y perspectivas de lo más complicadas que sugieren una nueva espacialidad. Pero la magia de ello es que todo ocurre dentro de espacios ya conocidos como las paredes de un palacio o la cúpula de una iglesia, como en el caso de la obra de Lanfranco.
Este pintor es un verdadero maestro en ello. Aquí vemos como altera el espacio real con uno simulado cubierto por un cielo lleno de luz y personajes que forman junto a las nubes un auténtico torbellino. En una composición similar a la citada cúpula de San Andrea della Valle.
El objetivo de esa composición es que el fiel alce la mirada y se vea inmerso en ese marasmo de personajes celestiales, y eso lo consigue con una potente luminosidad, el uso gradual de los colores y una perspectiva en la que parece que miramos hacia el cielo infinito.
Está claro que ese recurso de pintar una cúpula celestial donde se representa el cielo con nubes, no es una idea nueva de Lanfranco. De hecho se inspira en unos frescos renacentistas como los de La Asunción que pintó Correggio en Parma prácticamente un siglo antes.